LA EDUCACIÓN DEMOCRÁTICA PARA EL SIGLO XXI (1ra. parte), La revolución de la escuela. Samael Hernández

(PRIMERA PARTE.)

LA REVOLUCIÓN DE LA ESCUELA.

Samael HERNÁNDEZ RUÍZ

Promover el debate nacional sobre los cambios que debemos realizar en el sistema educativo mexicano, en la coyuntura de la reforma educativa federal, no puede ni debe limitarse a los temas de orden laboral o administrativo. Aún y cuando son importantes, si no se establece la orientación pedagógica de una reforma de la educación en México, pocas cosas de las que se hagan tendrán sentido.

Carlos Ornelas nos anticipa la publicación de su próximo libro con el que intentará responder a una pregunta crucial: ¿Qué reforma la reforma educativa? (C. Ornelas. Reforma educativa. Un concepto en controversia. Excelsior, 11 de noviembre 2015 ).

Desde luego, Ornelas no es el primero que se hace esta pregunta; pero será, estoy seguro, el primero que intente responderla de manera integral. La pregunta de qué reforma la reforma del presidente Enrique Peña Nieto, se la hicieron algunos especialistas a penas a probada la reforma y aparecieron trabajos colectivos que analizaban uno u otro aspecto del problema, Carlos Ornelas nos anticipa un trabajo complejo, construido con la unidad metodológica de su propuesta.

Otros trabajos no analizan la reforma del presidente Peña Nieto; pero proponen una orientación distinta e interesante. Tal es el caso del que me ocuparé en estos dos artículos, necesariamente breves.

“El tiempo se nos viene encima”, pareciera ser la advertencia pedagógica que nos hacen el Dr. Juan Delval y la Mtra. Paz Lomelí, en su libro “La educación democrática para el siglo XXI”[1] publicado por Siglo XXI Editores, mismo que comentaré brevemente.

En su reciente libro, Delval y Lomelí  advierten que los profundos cambios sociales que podemos observar, anuncian la tercera revolución educativa. La primera  fue la invención de la escuela; la segunda la universalización de la educación y la tercera será la educación democrática. Ésta última, en su simplicidad enunciativa, encierra, para los autores, una enorme complejidad y retos formidables, como lo expone la obra que nos ocupa.

¿Cuáles son las transformaciones que debemos impulsar en las escuelas para poder construir la educación del siglo XXI? Responder a esta pregunta implica formular un discurso pedagógico de gran formato, y es quizás el primer mérito que tienen los autores.

Los grandes planteamientos pedagógicos han quedado atrás y hoy vemos propuestas parciales o digamos, muy especializadas, para tratar de resolver los problemas educativos que tenemos. El Dr. Delval y la Mtra. Lomelí se dieron a la tarea de producir una propuesta pedagógica que abarca la mayoría de los aspectos involucrados en una eventual revolución educativa. En el libro, el desarrollo de esa propuesta se hace en cinco capítulos.

En el primero, “La necesidad de los cambios educativos”, los autores señalan las grandes coincidencias que hay en cuanto a señalar que la escuela funciona mal, que no responde a los problemas que hoy le plantea la sociedad y por tanto, la escuela corre el riesgo de quedar encapsulada en el tiempo y ser postergada por los medios de comunicación de masas en la función educativa; estas no tienen  el propósito de lograr la felicidad de seres humanos inteligentes, libres y actuantes; sino con el fin de seguir engañando con la alegría estúpida de los creyentes de la religión del consumismo, del nacionalismo irracional, del deporte como fanatismo y de la violencia como recurso alternativo al diálogo y a la solidaridad.

Una educación en manos de los medios de comunicación de masas, estaría sujeta a los intereses de los grandes imperios económicos, que no sólo quieren acotar y guiar el proceso democrático de las sociedades modernas; sino establecer límites a los ciudadanos en su capacidad de participar, gobernar, tomar decisiones y fijarse objetivos para ser felices.

En efecto, la advertencia de los autores vale y hay que escucharla: el tiempo se nos viene encima y es urgente que comencemos a actuar; pero debemos, dicen, tener cuidado de los falsos profetas que anuncia cambios cosméticos para que todo siga igual. Una de las partes que más me gustan del texto cuya lectura recomiendo, es en la que los autores describen el discurso del cambio educativo que proponen los políticos. Este discurso superficial, nutrido precisamente de la información que se consigue en los mass media, resultaría hasta cómico, sino es por la peligrosidad que encierra. En efecto, los políticos gustan de hablar en sus discursos de que mejorarán la educación impulsando el uso de tecnología de la información y la comunicación en las escuelas; favoreciendo el aprendizaje de idiomas, fortaleciendo la enseñanza del español y las matemáticas, introduciendo nuevas materias que van desde las clases de educación sexual, ciudadana, financiera, hasta la ecológica y de prevención de riesgos, el paquete  incluye las reformas de leyes y la recuperación del control administrativo del sector público de la educación.

Estas propuestas están lejos de resolver los problemas a los que hoy se enfrenta la escuela y son peligrosas porque nos crean la ilusión de que las transformaciones se están realizando cuando se aplican. Pero si las propuestas de los políticos no son efectivas, entonces ¿Cuáles son los cambios que debemos impulsar? Primero, responden los autores, hay que fijar el rumbo: definir el objetivo.

Lo ideal “… sería tener escolarizados a todos los niños y niñas durante muchos años, con sus necesidades materiales satisfechas, de tal forma que asistieran a una escuela en la que recibieran una formación que les permitiera ser felices, desarrollarse armoniosamente, convertirse tanto en adultos provistos de los conocimientos necesarios para insertarse en el mundo social de una forma productiva, como en ciudadanos dispuestos a cooperar con los demás, a participar activamente  en la vida colectiva. Que fueran capaces de elegir formas de gobierno más convenientes para todos y que conduzcan a su sociedad, y a la especie humana en general, hacia un mundo más justo, más libre, en el que todos vivamos en paz, en el que no se produzcan actos de agresión ni por parte de los individuos, de grupos mafiosos, ni por parte de los gobiernos.” [2]

Para lograr este objetivo, la escuela debería evolucionar a lo largo de dos ejes fundamentales en cuanto al logro de los estudiantes:

  • Aprender a relacionarse con los demás y
  • Aprender a conocer el mundo y desenvolverse en él.

El primer eje de evolución, requiere cambiar la forma en cómo comprendemos a la escuela, es decir, cambiar de la visión de una institución en la que se transmite conocimiento, al de un entramado de relaciones que se dan entre seres humanos, que viven, conocen y transforman a su realidad desde una institución. Este cambio de comprensión de la escuela, exige, necesariamente, revolucionar todos sus aspectos esenciales.

En efecto, al concebirse la escuela, ya no como una institución mecánica en la que se transmite conocimiento, sino como una red social dinámica y compleja, no se puede suponer  un centro que controle, ni puede operar bajo un programa secuencial y bajo la batuta de un sujeto privilegiado; porque ya no podemos imaginar una relación binaria alumno-maestro; sino multitudinaria, de sujetos iguales, que propician sus condiciones de comunicación y de aprendizaje. Por tanto, no se transmite nada, se propicia la comunicación y por tanto se hace posible el conocimiento.

En el segundo capítulo titulado: “La participación en la organización  social de la escuela”, los autores explican cómo debe darse la vida en la escuela a partir de considerarla como una sociedad dentro de la sociedad. Esta forma de abordar el tema de la escuela plantea un problema interesante: ¿Cómo se construye el orden social de la escuela? Pero sobre todo: ¿cómo se puede construir un orden social diferente en la escuela actual?

Del discurso de la escuela como institución transmisora de conocimiento, los autores  llegan de manera lógica a concebir un orden social escolar autoritario, jerárquico y férreamente reglamentado, donde la fuente del saber y la autoridad reside ilusoriamente en el maestro; ilusoriamente, porque en realidad el profesor está sometido al poder del Estado o al poder económico. Pero de la concepción de la escuela como una sociedad dentro de la sociedad, no se puede deducir casi nada, porque el orden social en la escuela tendría que derivar de la interacción de los sujetos.

En esta situación hipotética, los sujetos estarían obligados, pero sobre todo el maestro y el propio aparato administrativo escolar, a poner atención a las relaciones sociales y a su dinámica.  Dicen los autores que antes “el tema de las relaciones sociales no aparecía explícitamente como uno de los asuntos de los que la escuela se tendría que ocupar. Los profesores no suelen ser conscientes de que uno de sus principales cometidos es ocuparse de las relaciones sociales entre sus alumnos”[3]; ahora todo es diferente.

Tendríamos entre otros, dos caminos para comprender y construir el nuevo orden social dentro de la escuela; hasta aquí los autores debieron tomar una decisión teórica importante: o asumir con radicalidad el carácter sistémico de la sociedad escolar, o  mantenerse dentro de la tradición de una sociología normativa. Creo que la decisión fue esta última, al tomar como referencia a Émile Durkheim y por tanto a poner en el centro el concepto de cultura escolar.

samaelhernandezruiz@gmail.com

[1] Juan Delval/ Paz Lomelí. La educación democrática para el siglo XXI. Siglo XXI Editores. México. 2013. 164 páginas. ISBN. 13.978-607-03-0488-0

[2] Op.Cit., p. 28

[3] Op.Cit., p. 41