Coordenada 21 

México y estados unidos: el gigante que nos pisa el cuello

El presidente de los Estados Unidos de Norteamérica amenazó al gobierno de México con subir los aranceles a los productos mexicanos en un 5% y elevarlos gradualmente hasta un 25% o quizás más.

Los comentaristas y académicos abordaron el tema como algo coyuntural y algunos lo explicaban en función de los intereses electorales del presidente norteamericano, que desde luego se hacen patentes. Otros le daban prioridad al tema de los migrantes centroamericanos, cubanos y africanos y es una realidad que por oleadas sucesivas llegan a la frontera sur de México con la intensión de cruzar el río Bravo.

No me enteré de alguien que viera la postura de Donald Trump como la expresión de algo más profundo, a excepción del Dr. Alfredo Jalife Rahme, quien abordó el tema desde la perspectiva geopolítica (https://www.jornada.com.mx/2019/06/02/opinion/012o1pol#).

Finalmente los gobiernos de México y Estados Unidos llegaron a un acuerdo y quienes no le veían solución pronto se enteraron de que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador encontró una, si bien con repercusiones no previsibles para nuestro país.

En mi opinión la crisis de los aranceles tiene causas más profundas que de no tomarse en cuenta, podría provocar que México entrara en una espiral de crisis aún más grave que la situación que hoy vive.

Veamos un elemento de esas causas.

El Tratado de Libre Comercio entre México, Canadá y Estados Unidos firmado en 1994 (TLC), tenía como uno de sus propósitos traer inversión extranjera a México, con el atractivo de los incentivos en impuestos, infraestructura de servicios, pero sobre todo de una mano de obra barata y un mercado seguro. En ese escenario las utilidades de las empresas transnacionales serían altísimas. Una visión paradisiaca para el capital.

Era la época de la llamada globalización galopante del mundo. El gobierno de los Estados Unidos estaba más que dispuesto a castigar a su clase asalariada restringiendo la seguridad social, encareciendo las posibilidades de ascenso social en aras de exorbitantes ganancias para el capital industrial, pero sobre todo el financiero y México se presentaba como uno de los lugares preferenciales para la cruel aplicación de lo que se ha dado en llamar las políticas neoliberales. Las empresas vinculadas o socias de capitalistas norteamericanos volaron a la tierra prometida de Anáhuac.

Hoy el panorama en los Estados Unidos ya no es el mismo, los trabajadores asalariados, la clase media, es decir, la gran mayoría, ya no está dispuesta a seguir en el juego de los demócratas y aceptar el atole de sus dedos. Con esa inconformidad social fue que Donald Trump ganó las elecciones con una postura de hacer “grande a América otra vez”, prometiendo el regreso de las empresas y señalando a México como el principal responsable de sus problemas. Muchos pensaron que se refería a los migrantes mexicanos, estaban equivocados.

Donald Trump tiene muy claro que los gobiernos mexicanos de los últimos veinticinco años se han prestado a ofrecer condiciones para una competencia desleal a favor de las empresas que abandonaron los EE. UU. para sangrar a México y vender cómodamente sus mercancías en Norteamérica. Esa claridad le hizo ver en Andrés Manuel López Obrador un recurso aprovechable, en vista de que todos los presidentes anteriores a él, al menos desde 1980, actuaban conforme a las políticas de las élites globalizadoras.

El nacionalismo del presidente Andrés Manuel López Obrador, le permitió al gobierno de los EE. UU. jugar con sus expectativas. Una de ellas, la posibilidad del crecimiento endógeno; pero eso implica la relativa independencia de México de los dictados de los Estados Unidos, el fortalecimiento de una clase media y de los intereses de una burguesía nacional. Todo ello inaceptable.

Por el contrario, la estrategia de Trump y sus asesores tiene muchas vertientes. En primer lugar enfrentar la emergencia de China y la Rusia de Putin y presionar a una Europa desfondada a definirse y pagar lo que el cree que son los platos rotos de las políticas globalizadoras que mantuvieron el financiamiento de las alianzas militares a costa de la economía de los EE. UU., poderío militar que pretende mantener a pesar de todo, pero con otros métodos de financiamiento.

En segundo lugar garantizar su espacio vital, es decir el control económico y militar del continente americano. En este caso no se trata solo del saqueo de recursos naturales, sino de obligar a los países de la región a vivir en la miseria resultado de décadas de explotación de su población. Uno de los efectos de la extracción brutal de riquezas al sur del río Bravo hasta la Patagonia, es el fenómeno migratorio, particularmente el flujo de población centroamericana.

En tercer lugar, reconstruir la economía de los EE. UU., a partir de un renovado capital industrial y un capital financiero sometido al primero y no al revés.

Este tercer punto es el que explica la renuencia de Trump a firmar el ahora TMEC en las actuales condiciones, quiere que el contexto cambie en el sentido de que las empresas transnacionales instaladas en México, paguen salarios similares a los que se pagan en EE.UU. y Canadá, a que los sindicatos sean independientes del gobierno y exijan condiciones de seguridad social como lo hacen en otras partes del mundo, que inviertan en desarrollo tecnológico, etc., condiciones que de cumplirse, harían que EE.UU. se vea como un Paraíso Recobrado, porque en México, la inseguridad y la corrupción incrementan notablemente los montos de inversión no contabilizables.

Para tener una idea de lo anterior, basta con ver quienes son los sectores industriales y de servicios en México, que venden mas de 196 mil millones de dólares al año en el mercado de los Estados Unidos: Autopartes (47,920 mdd), automóviles (34,148 mdd), camiones y autobuses (33,752 mdd), computadoras (24,917 mdd), aparatos eléctricos (14,721 mdd), petróleo crudo (14,445 mdd), equipos de telecomunicaciones (13,460 mdd), motores y partes de motor (10,758 mdd), televisores y equipos de video (9,149 mdd), equipo médico (7,867 mdd), según lo da a conocer El Economista en su edición del 6 de junio de 2019.

No me digan que, excepto Pemex, las empresas en estos sectores son mexicanas.

El pago promedio del trabajador asalariado mexicano es de 6,177.00 pesos mensuales, en los Estados Unidos un trabajador no calificado gana 7.25 dólares por hora, es decir 33 mil pesos mensuales. El dinero de los inversionistas cuyas empresas están radicadas en México huele a sangre y sufrimiento; pero lo mismo sucede con los trabajadores mexicanos indocumentados, que con el pretexto de su ilegalidad se les paga menos de la mitad de los 7.25 dólares por hora. ¿Quién necesita a quién?

¿De dónde sale entonces la idea de que a Donald Trump lo mueven principalmente sus intereses electorales? ¿De dónde sale la postura de que el problema central es el flujo migratorio?

El problema de fondo es esta mutación del capitalismo a escala mundial con una guerra soterrada por el nuevo reparto del mundo, y a escala nacional con un replanteamiento de la política globalizadora por una parte de las élites económica de los Estados Unidos e Inglaterra.

La postura del presidente Andrés Manuel López Obrador de aceptar las condiciones de EE. UU. en el sentido de frenar el flujo migratorio, se lee como una defensa en interés de las transnacionales en México que contuvo la embestida de Trump, pero este no dejará de presionar hasta que la balanza comercial se invierta a favor de su país. ¿Qué sucederá cuando entre en vigor la reforma laboral que apunta en el sentido que quiere el gobierno de EE. UU.?

La debilidad del gobierno de la Cuarta Transformación no reside en su provincialismo-populista, sino en su aparente incomprensión de esta mutación del capitalismo mundial, en su limitada propuesta de transformación moral anticorrupción, sino sobre todo, en su aislamiento de la política internacional o en su preferencia por la cómoda posición de no tomar postura en la palestra mundial y someterse a los dictados del vecino del norte que en cierta forma, es tomar la decisión de estar a solas con el gigante que le pisa  el cuello.

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