Opinión 

El comentario de hoy, martes 25 de junio 2019

Muchos de los obstáculos para convertirnos en un estado pujante y en desarrollo, los han impuesto –y los imponemos a diario- los mismos oaxaqueños. Pareciera ser que un mal fario nos persigue. Si es para construir carreteras o caminos, siempre habrá miles de pretextos para frenarlos por parte de las comunidades. El pago del derecho de vía es un vil negocio de autoridades y comisariados.

Tienen razón aquellos que afirman que las carreteras de Oaxaca son las más caras del mundo. En efecto, aquí tal autoridad exige que la carretera se desvíe de su trazo, para que beneficie a su comunidad; que le construyan un palacio municipal o el auditorio o le reconstruyan la escuela o la iglesia. Demasiado oneroso resulta para contratistas y constructores.

Ni bien se anunció el Proyecto Transístmico y brincaron por todos lados los defensores de la tierra, la cultura indígena y el territorio. Y son los mismos de siempre. Los que también se “oponen” –así entre comillas- a los proyectos de energía limpia. Es decir, su filosofía es poner trabas a todo, provengan de gobiernos neoliberales o el de la Cuarta Transformación.

En ese afán recurren a los manidos métodos de la presión y el chantaje social o a los amparos. Dirigentes de organizaciones sociales se asumen la voz y la consciencia de las comunidades, aunque, por supuesto, no lo sean. Es decir, manipulan a placer; esgrimen discursos demagógicos. Engañan a la gente o se aprovechan de la ignorancia de autoridades e indígenas.

No han fluido aún las inversiones y ya esgrimen el manido discurso de la pérdida de soberanía; de la entrega del territorio al capital trasnacional, ese viejo discurso de los años setenta que ya no cuaja en el mundo global en que vivimos. El discurso anti neoliberal; anti capitalista. El mensaje de aquellos que se quedaron anclados en la ideología de hace más de cuarenta años.

En mi opinión, el Proyecto Transístmico debe verse bajo el prisma del progreso regional y estatal. Sin falsas expectativas, no es un proyecto de reciente cuño sino un viejo anhelo. El tren interocéanico tiene más de un siglo que se propuso como una alternativa para acercar al Golfo de México con el Océano Pacífico, aprovechando la situación estratégica del Istmo de Tehuantepec.

No es algo que el presidente de México se haya sacado de la manga. Y debe llevarse a cabo, más allá de consultas y resistencias. Sobre todo de oportunistas que detrás de esa oposición, sólo buscan su conveniencia. Las comunidades deben estar conscientes de no permitir que sigan usando su nombre, sus tradiciones, su cultura, sus usos y costumbres. (JPA)

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