Opinión 

El comentario de hoy, jueves 1 de diciembre 2022

Este primero de diciembre, hay cambio de estafeta en el gobierno estatal. Termina su ciclo sexenal Alejandro Murat y entrega el mando del Poder Ejecutivo a su sucesor, Salomón Jara Cruz. Es parte del ritual que mucho hemos visto. Nada de qué sorprenderse. Es el mismo circo, maroma y teatro. El silencio del que termina y los discursos, buenos propósitos y anhelos del que llega, con temas que se han hecho recurrentes en el gobierno de la llamada Cuarta Transformación.

El gobernador saliente no pudo concretar del todo su gobierno de resultados. Deja en suspenso obras prometidas, pero nunca concluidas. Es cierto, su administración fue una especie de vertedero de tragedias. Sismos, huracanes, pandemia. Hasta los últimos días inauguró algunas pocas obras emblemáticas por las que se le recordará tal vez. Al menos dos: la Avenida Símbolos Patrios y el llamado Circuito Interior, con justificados o injustificados cuestionamientos.

Si el político actuara con madurez y no con protagonismo; si viera la realidad, no bajo el prisma ideológico o partidista, seguramente la tarea empezada sería terminada o continuada. Parte de la desgracia en que vivimos los mexicanos es que un gobierno que empieza, no se aparta de la tentación de demoler lo que el anterior hizo. Como dijera el inolvidable Gabriel García Márquez: “lo que nosotros hicimos con las manos, otros lo despedazan con los pies”.

Murat seguramente soñó con inaugurar las carreteras a la Costa y al Istmo. No lo logró. Hizo lo que pudo, pero cuestiones fortuitas como un conflicto agrario hicieron abortar ese propósito. Con certeza, dado el avance que tienen, pronto las terminará el nuevo gobernador. Y cumplir ese viejo anhelo de los oaxaqueños. Se trata de vías carreteras añejas que, hacen suponer que, para la Federación, somos el pueblo estoico que se empeña en seguir viajando en el furgón de cola de la modernidad.

Esperemos pues que el legado, pobre o limitado que deja el gobierno que termina tenga continuidad con el que inicia. Con una nueva estructura orgánica, con nuevas leyes para regir la marcha de un régimen que emerge; con planes y programas que marquen las directrices de un proyecto político emanado de un partido diferente. Sin embargo, no debe perderse de vista que la divisa debe ser Oaxaca, con sus pobres y clases medias; con sus recursos y limitaciones; con sus inercias y sus vicios. Como oaxaqueño estoy convencido de que Oaxaca, con su historia milenaria y sinfín de retos y desafíos, es mucho más grande que sus períodos sexenales, transiciones o cambios de estafeta. Iniciamos pues un nuevo ciclo, bajo la premisa de que si le va bien a su gobierno le irá bien a los oaxaqueños. (JPA)

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