Opinión 

El comentario de hoy miércoles 24 de mayo:

Nuestra capital oaxaqueña –ya es sabido- pese a sus múltiples problemas, ha sido catalogada como una de las ciudades más bellas del país y de Latinoamérica. La justificación de los reconocimientos que ha tenido, como el de la UNESCO, por ejemplo, son en función de ello: una ciudad que ha mantenido su arquitectura, sus edificios, sus expresiones, por siglos.

Sin embargo, hay indicios de que no todo es belleza y refinamiento; esplendor y echar las campanas al vuelo. Hay un tema que vale la pena comentar. Cuando el régimen del ex gobernador Ulises Ruiz echó andar su proyecto de embellecimiento del Centro Histórico, y en ese afán tuvieron de que ser derribados algunos viejos árboles del zócalo de la capital, diversos grupos ambientalistas, se lanzaron sobre el proyecto gubernamental.

Algunos sacaron a relucir la historia de los laureles y otros de plano casi se amarraban a los árboles para evitar su derribo. Hace poco más de un mes la crítica se volcó sobre el gobierno e la ciudad, a raíz de un letrero de aluminio que se montó en la temporada de Semana Santa en frente de Santo Domingo. Es decir, la tendencia es fijar la atención sobre las cuestiones superficiales, perdiendo de vista la esencia del verdadero daño ambiental en la capital oaxaqueña.

Invito a los grupos que dicen salvaguardar el entorno ecológico, el medio ambiente y la sustentabilidad, tan de moda en estos tiempos, para ver el grado tan deplorable y triste que guardan nuestras añejas palmeras que se encuentran aún con vida, en la Colonia Reforma, en el Centro Histórico y en la zona de Ixcotel. Afectadas sin duda por alguna plaga, hay al menos una treintena de palmeras, que estimo tendrán al menos cien años de vida, que prácticamente han muerto.

Admito también con humildad, haber obrado con abulia, ante lo que consideré era parte del paisaje. Alguien me tuvo que decir lo que estaba pasando e hicimos un recorrido constatando el desastre. No tarda en que las que ya no tienen remedio tengan que ser derribadas. Lo que sorprende es que esa omisión también haya permeado en diversos grupos que son protagonistas cotidianos de la defensa del medio ambiente.

Han cuestionado a las autoridades sí, pero tampoco han propuesto alternativas viables para proteger las especies que, como los laureles del zócalo, han sido testigos silenciosos de parte importante de nuestra historia. ¿Hace cuántos años fueron plantas esas añejas palmeras y que hoy, por la apatía oficial, por la abulia de la sociedad civil y de nosotros mismos, estamos a punto de perder? Es una pregunta. (JPA)

 

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