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Crónica Geopolítica. (43) – Los Topes en el Mundo: ¿Resistencia Comunitaria y Seguridad Vial?

Oswaldo García Criollo

En casi todos los pueblos y ciudades de México y de manera muy visible en Oaxaca, abundan los llamados topes, obstáculos físicos colocados en las calles y avenidas, para forzar a los automovilistas a reducir la velocidad. Los hay de todos los materiales y tamaños. A simple vista parecen solo un recurso práctico, pero detrás de ellos se esconde una filosofía social, cultural y política que los convierte en mucho más que montículos de tierra, asfalto o cemento.

La primera lección que ofrece el tope es que la calle no pertenece únicamente al automóvil. En lugares donde el tránsito motorizado se impone sobre peatones, ciclistas y niños, el tope funciona como un recordatorio físico de que el espacio público debe compartirse. No es casualidad que se ubiquen cerca de escuelas, iglesias, mercados o plazas, es decir, en lugares donde la vida comunitaria necesita prioridad.

En países donde la cultura vial es débil o la autoridad no logra imponer respeto a las señales, el tope se convierte en un sustituto del semáforo o del policía de tránsito. La idea es clara: no se confía en que el conductor respetará los límites de velocidad por sí mismo, por lo que se le obliga con un obstáculo físico. Así, el tope es también un síntoma de desconfianza hacia el cumplimiento de la ley.

En México y particularmente en Oaxaca, muchos topes no son instalados por las autoridades sino por los propios vecinos. Cemento, piedras o incluso montículos improvisados de tierra bastan para obligar al coche a detenerse. Esto refleja una filosofía de autonomía comunitaria: si el Estado no protege, la comunidad interviene directamente sobre el espacio público. Podría ser que cada tope artesanal es una declaración de soberanía local sobre la calle.

No es casual que en España se les llame “rompe muelles” o que se les apode “la venganza de los que no tienen coche”.  En sudamérica lomos de burro o resaltos. El tope es visto como un arma de los peatones contra el poder y la velocidad de los automóviles. Representa una especie de justicia popular: quien tiene menos fuerza —el caminante, el niño, el anciano— encuentra en el tope una herramienta para equilibrar la desigualdad frente a la máquina de acero y motor. Los topes también expresan una visión de tecnología apropiada: con bajo costo y sin grandes sistemas tecnológicos, logran un efecto inmediato y contundente. Frente a radares electrónicos, cámaras o semáforos inteligentes, el tope es una solución rudimentaria pero eficaz.

El tope es un símbolo de la convivencia forzada en el espacio urbano. Automóviles, motocicletas, bicicletas y peatones se ven obligados a negociar un mismo territorio y el tope actúa como árbitro silencioso. Obliga a disminuir la velocidad, a mirar alrededor, a recordar que hay otros. En ese sentido, cada tope no es solo un obstáculo, sino un manifiesto de resistencia comunitaria y un reclamo de convivencia.

Finalmente, los topes, que en distintos países reciben nombres pintorescos como lomos de burro, policías acostados o sleeping policemen, representan una filosofía global con sabor local: la defensa del peatón y del vecino frente al automóvil, la imposición de límites a la velocidad y el recordatorio de que la calle sigue siendo un espacio social antes que una pista de carreras. En última instancia, cada tope es una lección silenciosa: frenar para recordar que la calle no es propiedad del vehículo, sino un espacio donde todos tienen derecho a circular, aunque a veces como sucede en México y Oaxaca en particular, sean mal ubicados y en exceso. O También podrían reflejar topes mentales como manifestación de conductas antisociales públicas y privadas.

(Pilón: dice Odiseo Criollo que el año 2026 pinta mal, el país y la sociedad civil lo mismo que el gobierno y la 4T se radicalizan y esto es síntoma claro de que se aproximaría una crisis política grave, porque no opera el estado de derecho, o se equivoca ?).

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