Revolución, reconstrucción y humanismo anticapitalista
Notas sobre el Primer Congreso sobre Estudio de los Movimientos Sociales
Por Samael Hernández Ruiz
Armando Bartra articula un discurso con la intención de romper con cualquier asomo de prejuicio o modelo de comprensión pre-establecido. Propone una paradoja para describir a los movimientos sociales: una irrupción efímera en la normalidad social en la que los actores de la irrupción son vencidos, pero terminan por vencer al propiciar, con el tiempo, un cambio no previsto.
Los ejemplos de movimientos sociales o luchas revolucionarias derrotadas son muchos, y es posible documentar sus derrotas o descomposición; abarcan una dimensión temporal que va desde Espartaco en la antigua Roma, hasta nuestros días.
La derrota parece ser la inevitable premisa que reclama cualquier cambio social. ¿Cómo es posible comprender esta paradoja?
Los movimientos sociales son irrupciones en la normalidad de la vida social que provocan asombro, liberan las tensiones que produce el pensamiento pesimista de que nada cambia y propicia la celebración y la fiesta en medio de la lucha. Es una catarsis colectiva que llena de esperanza y felicidad. Los movimientos sociales son una contingencia, la emergencia de lo no pensado que hace posible lo imposible. Es una experiencia desnuda en tanto pone al descubierto las debilidades del sistema.
A pesar de su fuerza y la energía esperanzadora que liberan, los movimientos sociales son muchas veces derrotados; sin embargo, eso marca su posibilidad transformadora. Armando Bartra afirma que lo anterior sólo se puede explicar por la permanencia de la memoria, no una memoria colectiva, sino una narrativa social que se va comunicando, una narrativa que evoca la esperanza, la alegría y la derrota del movimiento social, una narrativa iluminadora que señala las debilidades de lo establecido, que muestra que una vez, por un momento, fue posible vivir de otra manera y que el retorno a la normalidad es solo una apariencia.
Esa narrativa que se filtra en las comunicaciones cotidianas, termina por filtrarse con el tiempo en las comunicaciones de las instituciones del propio status quo. El Viejo Topo trabaja socavando los cimientos del sistema. La Vieja Tusa no descansa, se reproduce exponencialmente en cada comunicación y en cada acción de su ámbito de irradiación, hasta que el suelo colapsa y la sociedad se transforma respondiendo mejor a la narrativa evocadora.
Bartra parece decir: la derrota no es mala, sólo muestra el precio que hay que pagar por la revolución.
Hay algo martirológico en el pensamiento de Bartra, algo de cristiano que ofrece su mejilla izquierda cuando se le golpea la derecha y podría ser que hasta algo de mesianismo narrativo: la buena nueva terminará por redimirnos. Pero ¿cómo explicar el triunfo de algunos movimientos sociales? El triunfo sería quizá hasta pecaminoso para Bartra, pero no para Sergio Zermeño.
Zermeño parte de establecer un hecho: la globalización está llevando a la unificación de los paradigmas de las ciencias sociales y al surgimiento de rincones de fuerza y de refugio, ante la explotación y la desintegración de las estructuras sociales.
Es verdad, dice Zermeño, que el sistema se colapsa, pera la caída es diferente: en las metrópolis capitalistas la caída es tan suave como inevitable; pero en regiones como México, la caída es brutalmente libre, newtoniana. Baste pensar en los miles de muertos que dejó la guerra contra el narco en los tiempos de Felipe Calderón, el desempleo atroz, las crisis de los sistemas educativos y de salud, entre otras consecuencias. Nuestra caída no tiene red de protección.
Mientras tanto, las voces de los optimistas o alienados afirman que, pese a todo, las virtudes y beneficios de la modernidad se extenderán por el mundo para ofrecernos un paraíso terrenal, a fuerza de voluntad y un comportamiento ético ya sea individual o colectivo.
Frente a lo anterior hay al menos tres posturas:
La primera nos dice que Occidente logrará recomponer sus relaciones con sus periferias pobres y que finalmente los beneficios de la modernidad se impondrán urbi et orbi.
La segunda postura habla de una regresión generalizada de la modernidad que ataca a Europa personificada en el Islam, el Magreb y la pobreza. Una regresión que en América hostiga a los Estados Unidos de Norteamérica desde el sur, y que terminará desarticulando al coloso del norte.
Una tercera postura anuncia una polarización del mundo en la que los integrados construirán muros virtuales o reales, para contener la ola de miserables del sur que, en su desesperación por salvarse, intentarán encontrar refugio en las metrópolis pujantes del neoliberalismo. Esta visión apocalíptica sólo puede ser representada con menor o mayor crudeza en nuestra imaginación.
Para Zermeño lo anterior no invalida un hecho: la feroz explotación neoliberal nos está obligando a unirnos tanto en el actuar, como en la imaginación de un mundo mejor.
Muchas de las acciones y propuestas para transformar a nuestra sociedad vienen del sur y la reacción de los guardianes del orden y de los intereses de los poderosos del mundo no se ha hecho esperar.
Comienzan con acallar a aquellos que denuncian o muestran al desnudo lo que sucede en nuestras sociedades: los periodistas. Cientos de ellos mueren en el mundo; sólo en México, el territorio nacional se ha convertido en el lugar más peligroso para practicar la sociología del día a día, el periodismo.
Existen además dispositivos encubiertos, igual o más peligrosos. Hay una tendencia a eliminar o al menos a reducir el número de científicos sociales. En Japón el gobierno conminó a las universidades para abolir a las ciencias sociales en aras de disciplinas más útiles para el desarrollo social. En México, la matrícula de estudiantes de ciencias sociales y disciplinas humanísticas se ha reducido a la mitad. Es evidente que estamos ante una abierta ofensiva contra las ciencias de la sociedad.
Se aprovechan de la aparente inutilidad de las ciencias sociales y en esto hay que reconocer que en la práctica, éstas, no han sido eficaces.
Si bien es cierto, dice Zermeño, que las ciencias sociales no pueden reducirse a una profesión de campo como la medicina o las ingenierías, es urgente que se le dé prioridad a la aplicación de los saberes de aquellas en lugar se insistir en la comprensión de las rupturas del orden social.
En otras palabras, hay que pasar de la idea de movimiento social de confrontación a la idea de reconstrucción social, y con ellos avanzar en la articulación comprometida de los saberes universitarios para la reconstrucción de lo regional.
Es necesario construir plataformas colectivas de continuidad y sedimentación, de verdadera participación, que requieren saber bajar los recursos públicos y evitar, cuando sea posible, la confrontación y pensar más en la densificación de las experiencias exitosas de cambio social como en Brasil, Uruguay, España o Italia.
Se trata de abandonar las estrategias de transformación social continental o incluso mundial, por las más efectivas de regiones medias de treinta mil habitantes.
La propuesta de Zermeño no se detiene demasiado en explicar las causas de los cambios sociales, parte de que la experiencia demuestra que son una realidad y que con el análisis de sus condiciones de posibilidad, es factible poner en práctica nuevas experiencias.
Podría decirse que la propuesta de Sergio Zermeño no se opone a la de Armando Bartra; por el contrario, argumenta que la vía de la derrota no es la única, también se puede llegar al cambio social por el viejo camino del triunfo de la causa.
La conjugación de ambas propuestas sugiere que el cambio social es inevitable. Ya desde las antiguas tradiciones griegas, Heráclito afirmaba que solo el cambio permanece, la inmovilidad es una ilusión. En efecto, las reflexiones que he reseñado, parecen indicar la inevitabilidad del cambio, pero ambas dejan pendiente el signo que debe orientar su evolución.
Quizá la intervención de John Holloway nos advierta sobre el peligro de abandonar la definición de ese signo.
Holloway en la amabilidad de su observación esconde una radical intransigencia: propuso cambiar el nombre del congreso. Su idea es sustituir el término “movimiento social” por rebeldía y el de “estudio” por el de compromiso. El nombre sería entonces: primer congreso de estudiosos comprometidos con la rebeldía social. Su propuesta provocó una sonrisa general y aplausos, pero el nombre del congreso no fue alterado. Será un tema pendiente para los subsecuentes congresos si los hay.
John Holloway nos hizo dos advertencias que podrían ser las restricciones que se imponen a las propuestas de Bartra y de Zermeño:
- Los movimientos rebeldes no son parte del sistema.
- En esta lucha por transformar a la sociedad, al agresor no lo constituyen los gobiernos ni los ricos, es el capital que sustituye las relaciones humanas por otras mediadas por el dinero.
Se plantea entonces la cuestión de cómo reconocer una ubicación “fuera del sistema” y dónde observar relaciones sociales no mediadas por el dinero.
Dar respuesta a esas preguntas es necesario si no queremos caer en las redes de una utopía fundamentalista que nos lleve al suicidio colectivo; pero las restricciones de Holloway que se imponen a las propuestas de Bartra y de Zermeño, son necesarias si no se quiere abandonar la rebeldía al riesgo de un sueño mesiánico del discurso reivindicativo o a la ilusión de un cambio para que todo siga igual.