De paradojas y utopías 

Gobernabilidad: Agenda pendiente

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RAÚL NATHÁN PÉREZ

1).- Un estado caótico

Oaxaca es un capítulo excepcional en el entorno nacional. Se cuece aparte, pues. Aquí el desorden, la anarquía y la ingobernabilidad, son verdaderas instituciones. Íconos para salvaguardar la tradición y las sanas costumbres –como decía F. Savater-. La paz social y el Estado de Derecho son meras utopías. Somos un estado de gran riqueza; un potencial indiscutible en diversos rubros. Pero nuestra jodidez es congénita. La pobreza a flor de piel. Arrastramos culpas ajenas. Pagamos facturas que no son nuestras. Somos rehenes perpetuos de bajas pasiones. Parafraseando a Carlos Fuentes: “somos un pueblo con una resistencia impresionante. Lo mismo soportamos malos gobiernos que tragedias naturales; corrupción que sismos”. Desde hace años el ciudadano común no la ve llegar. Se levanta con el “Jesús en la boca”. “¿Y ahora quién va a bloquear?”. Hay un terrorismo encubierto que pende sobre una sociedad exhausta. Una amenaza impune que jamás recibe castigo, pues se encubre en una falsa libertad de expresión.

Sindicatos, organizaciones sociales, transportistas, comuneros manipulados y otros han devenido látigos; potros de tortura; inquisidores de nuestras libertades. Es posible que mi jacobinismo sea irredimible, pero hay que romper paradigmas, demoler mitos y poner sobre los pies nuestra cruda realidad social. Uno de los ejes del atraso y el rezago oaxaqueño es la ingobernabilidad. El quiebre de la tragedia de los últimos años inició hace mucho, pero se exacerbó desde 2006. Hay desprecio por la autoridad; cualquier baba de perico se pitorrea de ella. El gran negocio fue crear organizaciones sociales; miles de membretes. Se volvió una epidemia. Hoy son una peste. Peor aún: todas quieren vivir del erario público. Un directorio de vividores se han erigido en líderes: son los que cobran las rentas. Y son los permanentes interlocutores para “mantener la gobernanza”.

2).- ¿Y la fuerza del Estado?

En su obra: El político y el científico (Alianza Editorial, Madrid, 1992), el sociólogo, Max Weber, creador de la República de Weimar, perfiló dos figuras que pueden traslaparse; nunca confundirse: la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción. El gobernante jamás debe extraviarse en complacencias ni en resolver posturas obcecadas. Debe ser pragmático. Nuestra realpolitik no requiere medianías. La estabilidad política de la entidad depende de dos factores: diálogo sí, pero también fuerza. Por encima de todo debe privilegiarse el bien común y la razón de Estado. Cuando los papeles se invierten, el último deviene pura ficción. En otras palabras, Oaxaca requiere para recuperar la normalidad democrática, una dosis severa de purgante y no simples aspirinas. El discurso del respeto a los derechos humanos no debe inhibir la aplicación simple y llana de la ley. Ya basta de ficciones y demagogia.

En dos semanas inicia un nuevo ciclo. Hay que ponderar la sensibilidad política –y también la humildad, una rara avis en estos tiempos- del gobernador electo, Alejandro Murat. Primero pidió apoyo de nuestros diputados federales para revertir el recorte presupuestal, que se logró y con creces. Más de 90 mil millones para 2017. Y también para reunirse con los ex gobernadores Heladio Ramírez y Diódoro Carrasco y escuchar a quienes tuvieron el privilegio –o la mala fortuna, según se vea- de gobernar el estado. La política es un eterno devenir, como el principio que nos enseñó Heráclito. No es un ejercicio estático. Obvio, las condiciones han cambiado. Pero muchos problemas: la pobreza, la mendicidad del magisterio, la podredumbre de los sindicatos, el rezago comunitario e indígena, no han tenido mutación alguna. Seguimos viajando en el furgón de cola de la modernidad.

Pese a nuestra riqueza multiétnica, cultural y natural, continuamos anclados en el molde del clientelismo político y el gatopardismo; la simulación y un Estado de Derecho ficticio. Por ello, no hay que soslayar que un brinco a la historia política contemporánea y abrevar de la experiencia de los viejos, puede no ser la panacea, pero sí un hilo conductor para hallar la hebra de un buen gobierno.

 

BREVES DE LA GRILLA LOCAL:

— En breves pincelazos David Remnick, editor de The New Yorker, calificó las elecciones en Estados Unidos, con un artículo demoledor: “An American Tragedy”: “La elección de Donald Trump a la presidencia es nada menos que una tragedia para la república americana, una tragedia para la Constitución, y un triunfo para las fuerzas, domésticas y foráneas, de nativismo, autoritarismo, misoginia y racismo… Es imposible reaccionar a ello, al menos con irritación y profunda ansiedad”.

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