El comentario de hoy

Martes 20 de octubre de 2015

La palabra desplazados, es utilizada en el Derecho Internacional, para identificar aquellas personas que por diversos motivos salen de sus comunidades o de sus países, sobre todo por motivos bélicos. Un caso reciente nos remite a hechos dramáticos, como por ejemplo, los sirios que han llegado por miles a Europa. Otros miles han atravesado el Mediterráneo y han muerto en el intento. Niños, mujeres, ancianos, por igual, han despertado la aletargada e insensible conciencia de la humanidad ante el cierre de las fronteras de Hungría, Croacia y otros países.

En México se han dado casos de desplazados en ciertas ciudades y comunidades de Guerrero, Michoacán y Tamaulipas, por ejemplo, en donde el ciudadano pacífico, que vive de su trabajo, ha tenido que emigrar a otros sitios, ante la amenaza permanente que implica el crimen organizado. Se habla de pueblos fantasmas, lo que quedó de prósperas comunidades agrícolas, ganaderas o manufactureras, que fueron abandonadas ante el miedo y el terror de sus habitantes. Pueblos desiertos, casas vacías en donde alguna vez se vio la vida con optimismo; sueños rotos ante la realidad aplastante de la muerte que ronda y exhibe su guadaña.

Pero hay casos en donde el término desplazados se confunde con negocio. Se sorprende a la opinión pública y se defrauda la visión corta que en ese sentido tienen algunos organismos de derechos humanos, tanto gubernamentales como no gubernamentales. Más aún, se sorprende la buena fe de una sociedad que antaño veía con simpatía el trabajo, la labor, las costumbres y tradiciones de sus indígenas. Los triquis, por ejemplo, que son un caso no para antropólogos, sociólogos o etnólogos, sino para escritores costumbristas o de novela negra, que puedan desentrañar el cómo se pervierte el sentido de los pueblos originarios, cuando entran en escena, vividores y falsos redentores.

En este mismo espacio hemos abordado este asunto, así como de la farsa en que se ha convertido el tema de los supuestos desplazados de la etnia triqui, que de nueva cuenta y desde que empezó el negocio, hace cinco años, abarrotan los pasillos del palacio de gobierno. No solamente les han adquirido terrenos en predios cerca de la ciudad, sino que según algunos de sus manejadores y titiriteros, ahora requieren para poder vivir, un temascal y de paso, un lugar en donde hagan sus oraciones y demás. Muchos millones del erario público se han ido en compra de despensas –que hay que entregarles ahí en donde protestan- terrenos, diálogos de paz y dinero a granel para sus dirigentes. ¿Conoce a usted a algún grupo étnico de nuestra atomizada geografía oaxaqueña que viva siempre con la mano extendida como los triquis? ¿Será ésta la esencia de los llamados pueblos originarios, por los que muchos de desgarran las vestiduras? Son sólo preguntas.