Opinión Portada 

El comentario de hoy, martes 9 de julio 2024

Llegó el mes de julio, la temporada del jolgorio, de La Guelaguetza y el huateque. De las calendas, convites, desfile de delegaciones, trajes multicolores, música y folklore. Pero también de las ferias: del mezcal, el mole, el quesillo o el tejate. La del alebrije, del antojo o tal vez, de la empanada de amarillo, la tlayuda o el molote. La feria o el festival que a usted se le ocurra que, por imaginación no paramos. Cada año la creatividad -así entrecomillada- de los nuevos funcionarios, se saca algo de la manga.

Llegó también, la temporada del abuso y el agandalle. El mes en que los propios prestadores de servicios turísticos locales obtendrán sólo pingües ganancias, por lo que querrán extraerle a los visitantes la mayor renta posible. Y es obvio, la gentrificación que vive ya nuestra capital hará que esos visitantes se vuelquen hacia los famosos barrios mágicos regenteados, en su mayoría, por extranjeros. Sin soslayar los restaurantes de moda.

Se trata de un fenómeno que ha sido minimizado por las autoridades, por tanto, ya debemos irnos acostumbrando a ser extraños en nuestra propia tierra. El fenómeno se repite en nuestros destinos de playa. Esta temporada, por lo que hemos visto hasta hoy, salvo los eventos oficiales programados, con los mismos moldes del pasado, tiene visos de no registrar ni la ocupación hotelera ni, mucho menos, la afluencia turística de antes.

El boom de la cercanía a Puerto Escondido, con todo y su carretera llena de deslaves y derrumbes; accidentes y otros siniestros, hará su parte. Nuestra capital, aunque no se entienda en la Secretaría de Desarrollo Turístico, sigue como destino de paso. Por tanto, hace falta mucho por hacer. Como mencionamos hace poco, tal parece que, en dicha dependencia, como en otras, no han superado la llamada “curva de aprendizaje”. Eso sí, el narcisimo e histrionismo de su titular, a todo vapor.

La misma ha asistido a cuanta feria turística internacional o recorridos de promoción se han dado, el más reciente a Europa, incluyendo Turquía, pero al menos para la industria sin chimeneas oaxaqueña sólo han sevido para el balconeo de la funcionaria. Continuamos arrastrando la misma inercia -por no decir mediocridad- del pasado. Los mismos moldes y falta de creatividad e iniciativa.

Pero ya estamos en plenos festejos del mes de julio. La fiesta perpetua, sólo de temporada. La apuesta por La Guelaguetza, como si fuera lo único que un estado tan rico, plural y culturalmente diverso, puede ofrecer a los propios, nacionales y extranjeros. Tal parece que nuestra política turística, si es que la hay, gira en torno a los períodos vacacionales y a la llamada fiesta máxima que, de 1932 cuando fue creada como “Homenaje Racial” a la fecha, ha tenido más cambios y enmiendas que nuestra misma Constitución. (JPA)

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