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El comentario de hoy, martes 5 de noviembre 2024

Concluyeron los festejos del Día de Muertos. Hora de hacer un balance. No sólo de los números alegres de la afluencia del turismo nacional y extranjero; del promedio de ocupación hotelera y derrama económica, sino de la banalización, la excesiva comercialización y pérdida paulatina de nuestra tradición ancestral. En poco tiempo dicha celebración se ha convertido en un espectáculo grotesco.

En breve, quienes aquí vivimos seremos tratados como extraños. La gentrificación y la turistificación están ganando terreno. Las cartas de los restaurantes estarán sólo en inglés y las entradas a antros de moda será en dólares. Como los hubo en julio, en esta temporada y los habrá en diciembre. Lo local, lo original ha ido perdiendo terreno, ante la visión de la cultura de darle el perfil de un burdo negocio.

Es cierto, todo mundo tiene derecho a ganarse la vida. No obstante, las visitas guiadas a los panteones; la invasión a la devoción y nuestra particular idiosincrasia sobre los muertos o el más allá, no son los mejores instrumentos. La comunión con quienes ya no están, trastocada por desfiles de espantajos mezcaleados y tumbas o accesos a los panteones, devenidos gigantescos meaderos, es un agravio.

Las comparsas rebasaron cualquier expectativa. Hasta las “muerteadas” de pueblos de Etla, convertidas en lucrativos negocios de los llamados “encabezados”. En hoteles buotique, que se asumen tal si estuvieran en la Costa Azul, Marbella, Mónaco o Capri, la rigurosa selección de los asistentes, billete verde en mano –no tarjetas- ya son una especie común.

El ciudadano como usted o como yo, hemos visto una brutal mutación en nuestras tradiciones. Muchas de ellas ya inexistentes ante la copia omimosa de modas o modelos extraños. Y todo ello con el aplauso de las autoridades y titulares. Ni Turismo ni Cultura levantan la voz. Los responsables como momias. Hasta funcionarios de seguridad pública le entraron al huateque en las comparsas, armados como si fueran marines gringos en Agfanistán o en Irak.

De qué sirven la publicidad para ponderar nuestra cultura ancestral y la riqueza multiétnica, si en la misma capital, sede del poder ejecutivo estatal y los poderes municipales, no se pone un alto a este deterioro de algo sagrado para nuestros pueblos: su identidad.

De los abusos y la discriminación mejor ni hablar. No tarda en que en hoteles y restaurantes –sobre todo aquellos que provienen de propietarios fuereños o capitales poco claros- nos nieguen el servicio. En estos días circularon videos del trato que se dio a algunos visitantes nacionales. Ante la omisión del gobierno para sancionar estos males, lo único que queda es la denuncia. (JPA)

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