Opinión 

El comentario de hoy, martes 31 de octubre 2023

La devastación del puerto de Acapulco y las costas de Guerrero, a raíz del impacto del huracán “Otis”, ha puesto al descubierto esa gran dualidad de los mexicanos: su nobleza y su bajeza que, en su momento develaron escritores como Samuel Ramos en “El perfil del hombre y la cultura en México” en 1934 y seguiría Octavio Paz, con “El laberinto de la soledad” en 1951. Lo abordaría después Carlos Fuentes en “Nuevo tiempo mexicano”, en 1994.

Los mexicanos –decían- traemos tras de sí una gran resistencia. Somos capaces de aguantarlo todo: lo mismo pobreza, sismos, huracanes, que malos gobiernos. Las máscaras mexicanas de Octavio Paz, que sirven para disfrazar sentimientos encontrados; pesadumbre y ambición en medio de la tragedia; la rapiña y el hallazgo de ventaja, frente al dolor; la indolencia, incapacidad e ignorancia de un gobierno, encubierta por discursos vanos y la complicidad de quienes están al mando.

En la tragedia que viven nuestros hermanos de Guerrero, más allá de la indiscutible fuerza de la naturaleza y de la histórica solidaridad de los mexicanos, puesta de manifiesto en 1985 o en 2017, hay elementos que hacen presumir la visión torcida y la torpeza con la que se ha respondido al siniestro. Los cuantiosos daños provocados por este huracán, son el corolario para un pueblo lastimado no sólo por la marginación y la pobreza, sino por el baño de sangre generado por los grupos criminales.

El protagonismo de su gobernadora y de otros actores políticos, como la presidenta municipal de Chilpancingo o la de Acapulco, justificando la rapiña y el saqueo; la capitalización del apoyo humanitario por parte de las Fuerzas Armadas, develan una realidad infame y ominosa: en medio de la destrucción, de miles y miles que perdieron su patrimonio, de decenas de muertos, heridos y desaparecidos, el fantasma político electoral, flota como ente maligno.

El pueblo de México y los mexicanos que radican en el exterior, ha seguido paso a paso la tragedia que viven nuestros hermanos en desgracia. La falta de protocolos para canalizar la ayuda; la desaparición del Fondo Nacional para Desastres Naturales –el FONDEN-; la poca celeridad e ineficacia con la que se ha atendido a la zona de desastre y, sobre todo la mendacidad de actores y partidos –no sólo el que está en el poder- para llevar agua a su molino Es momento de hacer una tregua político-electoral y llamar a la unidad del pueblo mexicano. La locura del 2024 debe pasar a segundo plano. Lo mejor es paliar con acciones enérgicas los caminos de una larga reconstrucción, un posible estallido social. La pretensión de politizar la ayuda humanitaria, producto de la mano generosa y solidaria del pueblo mexicano o de otras almas generosas, es absurda y deleznable. (JPA)

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