Opinión Portada 

El comentario de hoy, martes 11 de noviembre 2025

La pasada temporada del Día de Muertos, exhibió de cuerpo entero la extinción lenta e inexorable de nuestra tradición ancestral. Los estereotipos de la moda y la rentabilidad económica, por encima del sincretismo religioso –mitad indígena, mitad español- del que tanto nos vanagloriamos. El derroche y el disfraz; la música estridente, el baile interminable y el consumo de alcohol, en sustitución del ritual.

Hay un hartazgo generalizado entre los citadinos, sobre todo quienes viven o tienen sus negocios en el norte de la capital, por el colapso permanente de una de las vías de mayor movimiento vial: la Calzada Porfirio Díaz. O son los bloqueos, las marchas, las calendas o las comparsas. O son los vándalos normalistas o los maestros o los trabajadores de salud. El etcétera no tiene fin.

Los incidentes violentos de la última temporada: una turista asiática acuchillada, el ataque tumultuario a un automovilista y otros, pero sobre todo el colapso de las vialidades, debe ser motivo de atención de las autoridades municipales, que debe verse más allá del consumo de caguamas, como dijo el edil capitalino, Raymundo Chagoya. Nada más en la calenda de frivolidad y derroche del Día del Empleado, pudimos contar 16 bandas de música y camionetas repletas de cerveza.

La escena se repitió el pasado 31 de octubre. Por casi cuatro horas las actividades fueron paralizadas por las famosas comparsas. El claxon de los automóviles y autobuses varados contrastaron con el ruido de los cuetes. Calendas y comparsas con todo su espectáculo, han prostituido la verdadera tradición. No son las expresiones genuinas de los oaxaqueños ni de las fiestas.

Las verdaderas calendas de Navidad en la capital, fueron canceladas hace décadas. Y si bien persisten las de ciertas fechas religiosas, hoy se han generalizado otras, conviertiéndose en un aquelarre de gritos, desfogue de violencia y embriaguez. Y cada vez es peor. Se hacen al por mayor sin control, sin regulación. Tarea pendiente para nuestros concejales, igual que atender protestas de muchos vecinos de los llamados barrios mágicos, que de ello no les ha quedado nada.

Es la expresión más burda de la gentrificación, en donde hasta los mismos vecinos se asumen extraños. Costos altísimos en todo. Invasión de calles y banquetas. Cierre de algunas con plumas y cadenas. Ruido hasta la madrugada. Si en el Siglo XX Jalatlaco y Xochimilco eran barrios de curtidores y de artesanos de textiles y hojalata, aunque eran señalados de barrios bravos, hoy se han convertido en congales perpetuos, festín de extranjeros y de la disipación. (JPA)

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