Coordenada 21 

Donald Trump y México. Que cada quien amarre a sus locos

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Por Samael HERNÁNDEZ RUIZ

Donald Trump ganó las elecciones presidenciales en los Estados Unidos de Norteamérica (USA) el 8 de noviembre de 2016; esa fecha marca un cambio de rumbo en la historia de occidente.

La conducta de los estadounidenses que votaron a favor de Trump, debemos interpretarla como la expresión de los sedimentos culturales racistas y xenofóbicos de un pueblo de inmigrantes. A diferencia de los alemanes de los años treinta del siglo pasado, los norteamericanos xenófobos de hoy, no pueden alegar una pureza de sangre ante los extranjeros.

El racismo norteamericano del siglo XXI es más la expresión de un miedo al futuro incierto que trae la globalización, que de un sentimiento de pureza étnica. La confusión de los partidarios de Donald Trump reside en su incapacidad de identificar al verdadero enemigo: el neoliberalismo.

Los grandes banqueros europeos y norteamericanos exigieron su cuota de ganancias durante y después de la reconstrucción de Europa y Asia, esa cuota fue liberar al capital financiero de la regulación de los Estados nacionales.

El desgaste del bloque soviético, los pleitos al interior de la dirigencia Rusa y el giro en la política China durante la década de los ochenta, fue marcando el desmantelamiento del Estado Benefactor, que gradualmente fue retrayendo sus políticas hasta desaparecer con el colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas y Soviéticas (URSS) en 1991. Ya no hubo necesidad de guardar las apariencias, los neoliberales se quitaron la piel de oveja e intensificaron su saqueo.

El proceso de concentración de la riqueza en pocas manos se incrementó de una manera nunca antes vista en la historia del capitalismo. El despojo y la miseria en el mundo alcanzaron niveles de escándalo, que ni la misma ONU pudo ocultar. El descontento popular también se acrecentó. Los juegos de guerra intra-nacional impulsados por la CIA en el mundo árabe, se combinaron con protestas no controladas, producto de la de pauperización de la población y de la facilidad de dispersión de las noticias y la comunicación que trajo la globalización con las nuevas tecnologías digitales.

En México, desde la década de los ochenta una fracción del gobierno del PRI abandonó sus pretensiones nacionalistas y se entregó, abiertamente, a los dictados de los poderosos grupos económicos y del gobierno de USA. La economía fue gradualmente desregularizada y orientada al mercado externo en un contexto de desigualdad social, pobreza, abandono del campo, poco crecimiento, dependencia del petróleo, deuda externa y creciente corrupción de la clase política. El escenario se agravó con la emergencia del narcotráfico asesorado desde los propios Estados Unidos por la CIA, para obtener recursos que le había negado su propio congreso, para mantener la guerra contrainsurgente en Centroamérica.

Las pugnas entre los mexicanos poderosos por quién encabezaría el gobierno de un país por donde supuestamente correrían ríos de oro, fue brutal y en ello marcó un hito, el asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta (1994), víctima de los intereses ligados al petróleo del Golfo, al narcotráfico y al capital financiero que para entonces había llegado a raudales para saquear la fantasmagórica economía mexicana.

Mientras en el escenario internacional el neoliberalismo mostraba sus primeras debilidades, mismas que se mostrarían con crudeza en la crisis del 2008, en México, los gobiernos del PAN encabezaron una guerra en defensa de los Estados Unidos contra el narcotráfico, guerra que costó más de cien mil muertes y al menos veinte mil desaparecidos. ¿Para qué? Para que después de todos los servicios prestados por la clase política mexicana al imperio septentrional, hoy Donald Trump, emperator in tempore, nos dé una patada por el culo y nos eche de su territorio en una versión postmoderna de pogromo.

Hay que decirle al gobierno mexicano: allí tienen a su aliado tal cual es, ahora con el descarnado rostro del racismo de Donald Trump, que al final no es importante porque pudo ser cualquier otro, porque detrás de él, estará el rostro del verdadero “aliado”, el neoliberalismo.

Trump amenaza con echar de “su” territorio a millones de compatriotas, criminalizándolos; dice que construirá un muro para impedirnos el paso a los mexicanos, que nos obligará a pagarlo y encima que embargará las remesas que envían los migrantes a México y que después verá que hace con los mexicanos que radican en Estados Unidos legalmente.

¿Cuál será la reacción de los republicanos ante esta locura racista de Trump? ¿Cuál será la reacción de los banqueros y de las empresas transnacionales? ¿Cuán será la reacción de los farmers norteamericanos que viven de explotar la mano de obra mexicana? ¿Cuál será la reacción de las llamadas minorías étnicas ante las agresiones que ya se desataron en algunos estados de la Unión Americana? ¿Cuál será la reacción de los congresistas de origen latino, quienes corren el riesgo de ser criminalizados y echados de su país? No lo sé, pero el panorama tampoco se ve fácil para Trump y sus seguidores. El escenario que se está dibujando en el corto plazo, es el de un conflicto racial de grandes proporciones en los Estados Unidos.

¿Qué hacer? En primer lugar entender que Donald Trump no es el presidente de México. En segundo lugar, que los mexicanos tenemos que votar el 2018 por un proyecto nacionalista que nos permita posicionarnos ante el racismo populista del gobierno de los Estados Unidos. Por último, entender que el enemigo de México no es el pueblo norteamericano, sino, insisto, el neoliberalismo es el enemigo de ambos; pero cada quien, en México y en Estados Unidos, tenemos que atar a los locos que andan sueltos.

Ante lo inmediato, un tema a evaluar con responsabilidad es el de fortalecer el nacionalismo abriendo a México al mundo con otros aliados como los países del BRICS (Brasil , Rusia , India , China y África del Sur), sin olvidar a otros potenciales aliados latinoamericanos.

Ante la insistencia de Trump de revisar el TLC a su conveniencia, convendría también revisar a nuestra conveniencia si seguimos deteniendo o no la corriente de estupefacientes que reclama el mercado gringo y que pasa por México; que la guerra contra el narco la peleen los partidarios de Trump, no los mexicanos.

Lo mismo habrá que hacer en materia migratoria con los indocumentados centroamericanos y también en materia de política de seguridad continental contra el terrorismo, después de todo los terroristas no ven como enemigo a México. Si Trump se deja de amenazas, podremos sostener una relación en paz y con provecho para todos; la verdad es que, a los Estados Unidos, no les conviene tener de enemigo a los mexicanos.

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