Día de Muertos: Más que comparsas
“Si después de la muerte viene la gloria, no tengo prisa”
Marcial, Epigramas, Libro V, 10, p. 162
RAÚL NATHÁN PÉREZ
1).- ¿La fiesta más viva de todas?
Hoy es día de Los Fieles Difuntos. Una fecha especial en Oaxaca y todo México. En donde han perdido a los suyos –más de 200 mil a manos del crimen organizado de 2018 a la fecha o niños y enfermos por falta de medicinas- habrá rabia y dolor. Una flor, un pensamiento para los nuestros que ya se fueron, porque la tradición se trastocó en mercancía, negocio, comparsa.
Para los antiguos mexicanos vida, muerte y resurrección eran elementos de un proceso cósmico. La vida no un fin en sí misma sino parte de un ciclo. Es la muerte con la que aprendimos a jugar y burlarnos de ella. La catrina, la pelona, la huesuda, la parca. La “calaca garbancera” de José Guadalupe Posada. Y a mimetizar su apariencia en una fiesta perpetua. En religión, filosofía y literatura, a lo largo de la historia, la muerte es sólo tránsito. Igual si se trata del camino al Mictlán de nuestras culturas mesoamericanas o al Hades, el Aqueronte o el Tártaro de los griegos.
En Oaxaca tenemos nuestro Dios nunca muere y en el Istmo, el Guendanabani que son homenajes a la vida. Una forma sutil pero diversa de “no vale nada la vida” de José Alfredo Jiménez o La muerte tiene permiso de Edmundo Valadés. Resurrección, reencarnación, eternidad. Oscilamos entre la aceptación como destino ineluctable a la negación. En el Banquete de Platón se dice que el amor es deseo de inmortalidad. Thornton Wilder hurgó en las memorias del romano Lucio Mamilio Turrino: “el amor es tiempo todo. El único atisbo que se nos permite de la esencia de la eternidad”.
2).- La muerte para empezar
En El sentimiento trágico de la vida, insiste Miguel de Unamuno: “no quiero morirme, no… quiero vivir siempre, siempre, siempre”. Pero en Niebla nos habla del roce de este mundo con el del más allá. De ahí surge dice, “el más dulce y el más triste de los dolores: el de vivir”. Desde Platón y Aristóteles y escritores romanos hasta Dante, Montaigne o Giacomo Leopardi; desde los poetas malditos: Verlaine, Baudelaire, Rimbaud hasta nuestros “Contemporáneos”: Villaurrutia, Cuesta, Owen y la generación posterior: Paz, Fuentes, Pacheco y muchos más, la muerte ha sido un tema recurrente de inspiración.
De La Eneida de Virgilio: “Y cuando arranque el alma de mis miembros el hielo de la muerte, mi sombra, en todas partes, ha de estar a tu lado” a La muerte sin fin de José Gorostiza: “sabe la muerte a tierra/la angustia a hiel/este morir a gotas/me sabe a miel”. Dice F. Savater que venimos al mundo de modo armónico y natural pero salimos de él con escándalo y protesta. Nuestros muertos se fueron y nos quedamos hablando solos: con ellos, de ellos o en su nombre. Porque “sólo la muerte declara la pequeñez del cuerpo”, afirma Juvenal en sus Sátiras.
Para Octavio Paz la muerte, para ser digerida, necesita ceremonias, oraciones y expiaciones. Preguntas sin respuestas. “¿Qué será, muerte, de ti/cuando al salir yo del mundo/deshecho el nudo gordiano/tengas que salir de mí?”, acotó X. Villaurrutia. “¿Qué va a quedar de mi cuando me muera/sino esta llave de agonía,/estas pocas palabras con que el día/apagó sus cenizas y su hoguera?”, de José Emilio Pacheco.
3).- Un fin ineluctable
Del romanticismo español en las Coplas por la muerte de mi padre, dice J. Manrique: “cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando”. O la vena poética de Manuel Acuña Ante un cadáver: “Que al fin de esta exisistencia transitoria/a la que tanto nuestro afán se adhiere,/la materia, inmortal como la gloria,/cambia de formas pero nunca muere”. La creatividad en nuestra poesía no tiene comparación. “Tal vez entonces por la boca inerme/que muda aspira la infinita calma/oigas la voz de todo lo que duerme/con los ojos abiertos de mi alma”. Es del Non omnis moriar de Manuel Gutiérrez Nájera. O la Canción de las voces serenas de Jaime Torres Bodet: “… y se nos irá la vida/sin sentir otro rumor/que el del agua de las horas/que se lleva el corazón”.
Colofón:
Este artículo es, pues, sólo una modesta recopilación literaria. Un homenaje a todos nuestros muertos. Y cierro con dos textos breves. El Canto III de Leopardi (1798-1837): “Ahora que ha pasado,/ ¿qué queda si marchitas están todas las cosas?/ La certeza de que excepto el dolor/ es todo vano”. Y el epitafio en la tumba de mis padres, en el histórico panteón de San Miguel, de la creatividad de mi hermana mayor, Georgina (82 años): “Aquí vendremos para decirte acaso/sortilegios con voz enternecida/por la huella profunda de la herida/ que nos dejaste/al trasponer la senda de la vida”.
BREVES DE LA GRILLA LOCAL:
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