Opinión 

El comentario de hoy, jueves 24 de noviembre de 2016

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La idea de que el gobierno perdió el control de la gobernabilidad permea en el imaginario colectivo. El estado parece estar al borde del colapso. Hay apatía y abulia institucional para enfrentar esta ola de protestas que han creado un clima de violencia, de hartazgo y temor. El ciudadano común no la ha visto llegar. Se levanta a diario con el Jesús en la boca y la pregunta: ¿Y ahora quién va a bloquear?

Sin ánimo de descalificar al gobierno, que en pocos días saldrá por la puerta trasera de la historia, la realidad tan cruda que vive la entidad, hizo poner en entredicho aquellas promesas de estabilidad del pasado. Hemos vivido un infierno. Con profundo estoicismo, el pueblo oaxaqueño ha estado sometido a las maniobras oscuras de las mafias del transporte y de los grupos delictivos que se han escudado en el mismo. Todos son iguales.

Hemos padecido los coletazos del magisterio, infiltrado por grupos radicales. Durante meses, los sectores productivos han permanecido a merced de dicho gremio y aún hoy, padecen las embestidas de normalistas que cierran la Terminal de Autobuses, bloquean vialidades, secuestran vehículos, que cobran el peaje en las casetas de cobro o los vividores que cada en cuando cierran la autopista Oaxaca-Cuacnopalan.

Atrás quedó el ofrecimiento de “ni una concesión más”. Se repartieron –o regularizaron- por miles. Si Ulises Ruiz repartió una cantidad impresionante para arropar su salida, en el actual gobierno se ha afianzado la clientela política. Grupos, organizaciones y sindicatos han hecho de un bien público su mina de oro. Sólo en la periferia de la capital circulan más de 3 mil moto-taxis; otro tanto similar en Santa Cruz Xoxocotlán, y más de 5 mil en Juchitán de Zaragoza.

Quienes vivimos en la capital padecemos a menudo también, la protesta de vecinos; la cerrazón de colonos; la infamia de mentores y los abusos de transportistas. La Sección 22, presta siempre a boicotear actos públicos, acciones institucionales, como si el gobierno o la ciudadanía tuviera que pedirle permiso para cumplir con sus particulares responsabilidades. Ya los vimos en Huatulco, torpedeando la reunión de la Conferencia Nacional de Gobernadores, el pasado viernes 18.

Nuestra vida en sociedad pues, ha sido una tragedia, que el Estado ha permitido al tenor del miedo de tomar acciones conforme a la ley. Durante seis años hubo terror y fobia a utilizar la fuerza pública, para evitar el síndrome de la represión. Se dejó simplemente a la ciudadanía, a merced de esos líderes corruptos, maestros facciosos y transportistas mafiosos que hemos mencionado. Un régimen que permitió que la paz social y el Estado de Derecho se vulneraran a capricho de unos cuantos, mientras su pueblo, al que estuvo obligado de proteger, seguía lamiendo la coyunda. (JPA)

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