Al Margen 

Los mexicanos no estamos acostumbrados a seguir un plan; auto boicot y reparto de culpas nos rebasan

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Adrián Ortiz Romero Cuevas

Lunes 18 de junio de 2018.

Muchísimos mexicanos estaban sorprendidos la mañana de ayer no porque la selección nacional de futbol mexicana hubiera logrado la hazaña de ganarle a Alemania, los campeones del mundo, el partido de debut en el Mundial de Rusia. La sorpresa en realidad, para muchos, radicaba en el hecho de que por primera vez los seleccionados mexicanos no se auto boicotearon, ni abandonaron su plan de juego, ni se confiaron, ni permitieron que la presión del rival los sacara de control. De eso debiéramos tomar nota, la gran mayoría de nosotros, no sólo respecto del futbol sino de muchos aspectos de nuestra vida personal y de nuestros asuntos públicos.

En efecto, a las 10 de la mañana de ayer domingo la selección mexicana de futbol hizo su debut en el Mundial de Rusia. Desde hace meses, cuando se dio a conocer el grupo en el que había quedado integrada nuestra selección, el rol de partidos, y el nombre del primer rival, el sentimiento anticipado de derrota y de auto lamentación invadió a la mayoría de los mexicanos.

Al saber que la selección alemana sería el primer rival del representativo mexicano, comenzaron las previsiones sobre el tamaño de la derrota (y de la vergüenza) que representaría ese primer partido para los mexicanos. De hecho, desde entonces comenzaron a prepararse los ahora muy populares memes, y la mayoría de ellos aludía a la pequeñez de la selección mexicana frente a la magnanimidad de los alemanes. Uno de los más compartidos en redes sociales, aludía a sendos perros representativos de lo mexicano y de lo teutón: un perrito chihuahua intentando aparearse —fallidamente, por su propio tamaño— con un pastor alemán.

En realidad ese y otros memes —todos, anticipando la derrota y la humillación de que serían objeto los seleccionados mexicanos frente a los alemanes— parecían ser preparativos de una realidad para la que pareciera que debíamos prepararnos simplemente para evitar el sufrimiento innecesario. Era casi unánime la idea de que poco habría que hacer frente a una escuadra de clase mundial y ganadora de la última copa mundial. Por eso, en una especie de acto de inmunización —incluso, de extremaunción— había que hacer todo para seguir recibiendo, todo igual que como siempre, con una sonrisa. Incluso hasta la muerte —en este caso, en términos deportivos.

¿Qué ocurrió en el encuentro futbolístico? Que la selección alemana salió a ser quien es: una escuadra muy competitiva, con una capacidad inagotable de mantener y demostrar orden y pulcritud en su juego, exigente frente al adversario y con una técnica notable en el despliegue de sus estrategias de juego. Lo que todos esperaban —quizá también los teutones— era una selección mexicana ofuscada, disgregada, incapaz de crecerse a las circunstancias, y susceptible de perderse frente a la presión de los campeones del mundo.

Hubo diferencias entre lo que se esperaba y lo que vimos: la selección mexicana de futbol no perdió su capacidad de mantenerse en orden; desplegó diversas jugadas estructuradas previamente, y tuvo el arrojo de ejecutar con habilidad y precisión las jugadas de gol que se les presentaron, logrando materializar a través de un solo gol, la ventaja que les permitió llegar al final del encuentro sin ser perturbados por la selección alemana que, hasta el último momento, intentó igualar el marcador para ganar cuando menos uno de los tres puntos que estaban en disputa.

Al final, vimos a una selección mexicana como no lo hubiéramos creído: un conjunto de jugadores que se crecieron dignamente a cada una de las circunstancias que se les presentó, y que fueron capaces de derrotar de inicio a la selección alemana que llega a este Mundial a defender el campeonato del mundo, que ganaron hace cuatro años.

Ante esto, habría que preguntarse dónde quedaron las culpas; dónde las auto lamentaciones y las derrotas anticipadas. Sería necesario comenzar a pensar si no ese ánimo de no ser capaces es lo que determina muchas de las circunstancias que enfrentamos a diario no sólo los ciudadanos sino también quienes, en otras competencias, están acostumbrados a anticipar sus derrotas no por conspiraciones, sino por su propia incapacidad para mantener sus circunstancias, y la ventaja que pueden llegar a tener.

DERROTAS ANTICIPADAS

Ante cada derrota en los procesos electorales, hay la costumbre de culpar a “la caída del sistema”, a la mafia en el poder, a la colusión de los adversarios o a las conspiraciones que se fraguan desde el poder para impedir el triunfo de la democracia. Salvo excepciones específicas —Cárdenas en 1988, como ejemplo notable—, lo cierto es que muy pocas veces la derrota pasa por el análisis y la autocrítica, antes que por el reparto de culpas y por el reconocimiento de los propios errores.

En este sentido, valdría la pena reflexionar esto último frente a sucesos como el resultado electoral de la elección presidencial de 2006. En aquella elección, Andrés Manuel López Obrador fue el candidato puntero durante gran parte del periodo de proselitismo. Su soberbia y la incapacidad para mantener la cómoda ventaja que tenía incluso al inicio de la campaña presidencial, lo llevaron a perder los puntos porcentuales que tenía sobre sus adversarios, y a sucumbir en un apretado resultado electoral que lo mismo pudo haber sido consecuencia de una conspiración, que de una combinación de factores a los que él mismo habría podido haber contribuido.

En esa lógica, valdría la pena volver al ejemplo del futbol. En múltiples ocasiones, hemos visto cómo la selección nacional de futbol pierde una ventaja obtenida limpiamente no por superioridad ni por mayores capacidades del adversario, sino simplemente porque no tienen la suficiente fortaleza mental para mantenerse firmes frente a una circunstancia de presiones por parte de los adversarios. Así, hemos visto cómo se descuadran las alineaciones, cómo se rompen las defensas y cómo se alude a la maldición histórica relacionada con los tiros penales. Algo así le ha pasado a López Obrador cuando se comprueba una y otra vez que él mismo, y no sus pares, es su mayor adversario.

CASO DE ESTUDIO

¿Por qué no reconocer con autocrítica los resultados, una vez que superemos el umbral del 1 de julio? Porque no tenemos aún esa capacidad de sostenernos en la circunstancia real. Por eso somos dados a anticipar derrotas para evitar cuestionamientos, y valernos de eso para no pasar por los procesos autocríticos que debieran ser parte de cualquier competencia. Es cosa rara cuando un mexicano —en solitario o en grupo— logra construir un plan y seguirlo de principio a fin, obteniendo un resultado favorable y notable. Ayer lo demostró la onceava mexicana. algo de lo que aún no se puede presumir en casi todos los demás rubros relevantes para los mexicanos.

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