El comentario de hoy, viernes 25 de octubre 2019

El jueves 17 de octubre, ocurrió un hecho que ha despertado la crítica más brutal que se haya desplegado en contra de un gobierno. Aún los que simpatizan con quienes están al frente de la actual administración federal, consideraron el repliegue del Estado, como una derrota, ante el poderío de uno de los grupos criminales más fuertes del país. El affaire Culiacán nos puso en los titulares de la prensa internacional, como un Estado débil y sin la fortaleza para mantener el Estado de Derecho.
No se trata de abonar más a lo que ya se ha dicho desde hace una semana. Ni justificar, mucho menos censurar la decisión del Gabinete de Seguridad y del presidente. Tampoco hacer rajas de un operativo fallido que derivó en el sitio que la delincuencia le impuso a Culiacán; de los mea culpas o intercambio de acusaciones entre los miembros del gobierno federal. Sólo lamento la pérdida de vidas humanas y los daños colaterales que una falta de estrategia oficial de seguridad, generó en la sociedad sinaloense.
Cualquier análisis sobre el papel del gobierno, como depositario del Estado, queda rebasado por una realidad cruda y dolorosa. Las tesis sobre la fortaleza del Estado, sobre el uso de la violencia legítima, sobre la vigencia de la Constitución en la garantía de nuestras libertades, quedan rebasadas por la existencia de poderes fácticos con una fuerza inédita de muerte y violencia. Pero también por una estrategia de pacificación que dista mucho de conocer la realidad que vive el país.
La historia del narcotráfico en México, dice Roberto Saviano, un escritor napolitano, acucioso analista e investigador de este flagelo en el mundo, se ha escrito con sangre. Sobre la añeja historia del cultivo de la amapola en México, afirma: “Yo esta historia la había leído, pero no había entendido hasta qué punto había sido determinante antes de conocer Sinaloa, una lengua de tierra, un paraíso donde se expían penas dignas del peor infierno”. Y no le hizo falta razón. En mi modesta opinión, el gobierno del presidente López Obrador debe replantear su estrategia de seguridad, que poco o nada tiene que ver con la pacificación simple y llana. Los grupos criminales no darán tregua. No se trata de apagar el fuego con el fuego; tampoco de lanzar loas a la unidad y no pelearnos. No. Se trata de rectificar el papel del Estado como garante de la Constitución que juró respetar y hacer respetar, sin apelativos, sin términos poco coloquiales, ni culpas ajenas. Cada quien en su momento, cumple su papel histórico. Lo demás es una falacia. (JPA)