El comentario de hoy, martes 27 de agosto 2019

Poco después de reciente gira del presidente López Obrador a Oaxaca, en uno de cuyos trayectos carreteros fue retenido por vecinos de San Pedro y San Pablo Ayutla, el gobierno estatal tomó de inmediato medidas al respecto. Se instaló una mesa de diálogo permanente, con la participación de la Defensoría de los Derechos Humanos del Pueblo de Oaxaca y la representación del gobierno federal, para lograr la paz entre Ayutla y su vecino, Tamazulápan del Espíritu Santo.
Ambas comunidades –se sabe- libran un diferendo por el agua, pero además, una de ellas acusa a la otra de haberla despojado de decenas de predios. Hace si acaso un par de meses, las autoridades de las dos comunidades mixes, habrían suscrito un acuerdo de paz. Todo ello frente al titular del Ejecutivo y el Secretario General de Gobierno. Al día siguiente, autoridades municipales y comunales de Ayutla, desconocieron el acuerdo.
Algo similar ocurrió respecto a la iniciativa de crear la mesa de diálogo. Empezaron las descalificaciones. La citada comunidad insiste en que quien sirva como mediadora del conflicto sea la titular de la Secretaría de Gobernación, Olga Sánchez Cordero. Ello se desprende de la amplísima carta que le enviaron y que circuló en la red. Se percibe pues una negativa tácita a dar los primeros pasos para llegar a un acuerdo.
Cada vez se hace más evidente la manipulación de personajes identificados con el gobierno de la Cuarta Transformación en el conflicto. En Oaxaca y eso no es un secreto, hay quienes viven de administrar las diferencias y la violencia entre comunidades. Enconan a nuestros pueblos sin importar el costo en sangre y vidas. Detrás de cada conflicto agrario o político, siempre hay una mano que mece la cuna y obtiene jugosas ganancias.
Para lograr acuerdos de paz y de distensión, hace falta la buena disposición de las partes. No puede concretarse ningún acuerdo mientras haya un renuente. Así venga todo el gabinete del gobierno federal, el conflicto continuará. Pretender que prevalezca sólo una parte de la historia no es la mejor vía para la solución de la problemática. El diálogo y el deseo de conciliación deben ser los instrumentos idóneos. Las comunidades que han padecido los efectos de los conflictos, deben estar de acuerdo que ya es tiempo de enterrar el hacha de guerra y salir adelante por la ruta de la paz. Darle la espalda a esos instigadores profesionales, para los cuales, alcanzar acuerdos es terminar con el negocio. Ya basta de manipular negativamente a las comunidades. (JPA)