El comentario de hoy, martes 26 de febrero 2019

La violencia se ha recrudecido en Oaxaca. Es una realidad lacerante que no se puede ocultar. Las vendettas y ejecuciones ya se dan en los Valles Centrales y en la capital. Lo que antes veíamos un tanto lejano, en Tuxtepec o Juchitán, ya lo tenemos aquí. Lo grave es que no se atisba por ningún lado alguna acción gubernamental enérgica para detener o al menos acotar, esta ola criminal.
Recientemente los medios medios locales dieron a conocer las asignaciones del Fondo para el Fortalecimiento de la Seguridad Pública (FORTASEG), que se otorgaron a ciertos municipios. Sabemos que hay otros fondos que van directo al gobierno estatal. Se habla al menos de dos o tres que representan recursos de la Federación para avituallar corporaciones, con uniformes, armamento, patrullas, capacitación, etc.
Sin embargo, ya es común el argumento de que no hay dinero para gasolina, tampoco para viáticos, menos para cuestiones elementales de inteligencia o equipos informáticos, que permitan modernizar a nuestros cuerpos policíacos. En la Fiscalía General del Estado se dice que no hay ni para copias y, aunque parezca digno de anécdota, ni papel para elaborar las carpetas de investigación.
Entonces, ¿cómo exigir el combate al crimen o la persecución de delincuentes, cuando no se tienen los elementos necesarios, mínimos, para poder operar? Y los recursos que aporta la Federación, ¿a dónde exactamente van a parar, pues que se sepa, nadie da cuenta de ello? La duda prevalece, pues los operativos policiales que se han hecho en alguna de las regiones más violentas del estado, son como llamaradas de petate.
En junio de 2018, a raíz de un triple y sonado homicidio que, hay que decirlo, sigue en la impunidad, se decidió montar un operativo de seguridad en el que participaron incluso las Fuerzas Federales, en el Istmo de Tehuantepec. Al poco tiempo fue desmantelado, sin resultados. Se montó otro en Tuxtepec. Los medios dieron cuenta de los recorridos de Policía Estatal y el Ejército Mexicano. Ni disuasión ni prevención. La inseguridad siguió.
Ese flagelo ha llegado incluso a la misma ciudad, pues más allá del crimen, en la capital se cometen robos y asaltos, como si fueran algo común. Los lugares favoritos son afuera de los bancos. ¿Cómo es posible que en menos de una semana se hayan denunciado ante el Ministerio Público, siete asaltos a cuenta-habientes, con el mismo modus operandi, sin que las autoridades hayan podido echarle el guante a los delincuentes? Es una pregunta y mejor ahí la dejamos de tarea. No es pues sólo la pobreza presupuestal, sino también la abulia y el confort oficial.
