El comentario de hoy, martes 25 de julio 2023
Dice un dicho popular entre los oaxaqueños que ya pasó el tiempo para tirar los cuetes, ahora, a recoger las varitas. En efecto, ya gozamos la borrachera de nuestra fiesta máxima, La Guelaguetza, ahora viene la resaca. Una vez más, como en los últimos años, el evento cautivó a los mismos oaxaqueños y a los visitantes del país y el extranjero. El turismo abarrotó calles, parques, ferias y muestras. Una bocanada de aire a quienes viven de la industria sin chimeneas.
Como en todo, la novatez y la inexperiencia en algunas áreas de gobierno, dejaron entrever la vieja consigna de que “echando a perder se aprende”. El protagonismo –o más bien el voyeurismo– de funcionarios y funcionarias no opacó el lucimiento de nuestra fiesta tradicional. Sólo evidenció una realidad ineluctable: la riqueza multiétnica y pluricultural de Oaxaca es más grande que los desplantes personales. La divisa era hacer de dicho evento la fiesta del pueblo oaxaqueño.
Si bien bautizos, bodas, mayordomías y fiestas patronales, son un componente moderno y aburrido al derroche de bailes y danzas de antaño, en las presentaciones en la Rotonda de la Azucena, hay que celebrar la presencia de comunidades y grupos étnicos que nunca se habían presentado antes. También vale reconocer que, en busca de la identidad originaria, los comités comunitarios tienen la oportunidad para ir haciendo una verdadera muestra de nuestra riqueza étnica y cultural.
En efecto, nuestra capital ha vivido los festejos de julio con singular intensidad. Para el turismo nacional y extranjero, ya son un referente único y excepcional. Sin embargo, hay también claroscuros que no se pueden ignorar y que conlleva tareas para quienes toman las decisiones. La ciudad, considerada uno de los destinos turísticos más bellos del país, lució con un Centro Histórico, convertido en un enorme tianguis.
Un destino de arquitectura novohispana, con un catálogo único de monumentos coloniales, incapaz de mostrarse tal cual, ante la anarquía y proliferación de terrazas, ruido, falta de orden en el comercio en la vía pública, en el transporte, el descuido y el abandono. Pero también, paraíso de los abusos, cobros excesivos, malos servicios, inseguridad y lo peor, la apatía municipal para dar una respuesta a los desafíos que entraña la problemática citadina. No obstante, y haberse visto como un hecho aislado, el asesinato de profesionista de origen oaxaqueño en pleno Centro Histórico, cuya investigación, por cierto, ha logrado avances importantes, no es una nota que aporte a la buena imagen, sino todo lo contrario. Es evidente que el gobierno municipal no ha hecho su trabajo, pues en materia de seguridad ocho de cada diez citadinos se sienten inseguros. Y son datos oficiales. Pero para la venta de los espacios públicos, ahí sí se pinta solo. (JPA)