Opinión 

El comentario de hoy, martes 24 de octubre 2023

Hace unos días se anunció con bombo y platillo la celebración del “Primer Festival del Mole de Caderas”. Pese a la protesta de grupos ambientalistas, el gobierno estatal echó materialmente la casa por la ventana, pues en coordinación con restaurantes y chefs de moda, dispuso instalar los módulos en el parque Juárez El Llano. Uno de nuestros parques más socorridos por deportistas y familias que, en los últimos tiempos, muestra ya los síntomas de un brutal deterioro.

No se trató de un evento menor. Muebles, sillas y manteles, muy a tono con el evento gastronómico. Una feria más de la Secretaría de Turismo. Danza y música no faltaron en la inauguración oficial. Se le quiso dar el toque de Guelaguetza y de encuentro con nuestros pueblos originarios. Aunque es sabido que el famoso “Mole de caderas” es una tradición en la zona de Huajuapan de León, en la Mixteca Oaxaqueña, la crítica que nunca falta se cebó sobre los organizadores.

Sin embargo, cuando aún no se asimilaba el éxito o el fracaso del referido evento, las benditas redes sociales dieron cuenta de un suceso que pone en entredicho el origen del platillo en cuestión. El gobierno del Estado de Puebla, publicó en su Periódico Oficial, con fecha 18 de octubre de 2023, el Decreto por el cual se declara “Patrimonio Cultural Intangible del Estado de Puebla, el Mole de Caderas del Valle de Tehuacán”. Es decir, ¿tampoco es nuestro, como el mezcal, cuya denominación de origen está permeada por la confusión, ante la presión de otras entidades que se asumen también productoras? Y hasta se celebró en días posteriores, una especie de feria del referido platillo.

A decir de quienes conocen del tema, sobre todo oriundos de nuestra Mixteca oaxaqueña, el mole de caderas es producto de la llamada “matanza de chivos” que se lleva a cabo en algunas comunidades de dicha región. Una especie de ritual ancestral, que más bien es un espectáculo dantesco, por la cantidad de sangre que corre de los diez mil o más caprinos que son sacrificados. Y atribuyen su origen a la agencia de San Andrés Dinicuiti, Huajuapan o Juxtlahuaca.

Entre las historias que corren al respecto, una afirma que destacadas cocineras de dicha región llevaron el platillo a Tehuacán, en donde se comercializó. Y nada más. Pero, la duda sobre la autenticidad del mismo ya está en la conciencia colectiva. Lo que hay que destacar es que, antes de echar a volar iniciativas y una cuestionada creatividad e innovación, los organismos responsables de organizar eventos como el festival a que hacemos referencia, se nutran de información y consulten con quienes conocen la tradición.

Y si hay que defender la autenticidad u originalidad oaxaqueñas, sobre el mole citado, hay que encontrar la hebra histórica y documental. Y emprender la defensa jurídica que, al final del día, sólo alimentará nuestro ego. Pues no se puede exigir exclusividad. Como el mezcal. Se puede producir en Aguascalientes, Zacatecas o Sinaloa, pero como el oaxaqueño, no hay otro igual. (JPA)

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