Opinión 

El comentario de hoy, martes 19 de diciembre 2023

México se convirtió en un país de instituciones sólidas, no de la noche a la mañana, sino a través de los siglos. Tuvieron que pasar la Revolución de Independencia, la Reforma, la Guerra de Intervención y la Revolución Mexicana, entre otras. Todo ello dejó el territorio nacional salpicado de sangre. Es decir, el país se consolidó como Nación, gracias al sacrificio de millones de mexicanos. No fue decisión de uno solo ni capricho de nadie. Fue una exigencia social constituirnos en una república representativa, democrática y federal.

Desde la tercera década del Siglo XX, cuando las facciones postrevolucionarias prácticamente dejaron las armas optando por la civilidad, la historia del país inició un nuevo periplo. Sin embargo, la larga hegemonía priista hizo de la división de poderes una ficción. Todo se subordinó a los dictados del Poder Ejecutivo, sin embargo, se cuidaron las formas. Hoy, la historia se repite de manera burda. El único poder que ha resistido los embates de ejecutivo y legislativo, es el judicial. Se le ha querido someter, pero han fracasado.

Si bien es cierto que el Poder Judicial Federal ha sido prácticamente una élite de privilegiados, con salarios y prestaciones de escándalo, motivo de una revisión a fondo, también es cierto que, no es el único poder en el que la discrecionalidad y el dispendio, deben ser sometidos al escrutinio público. Pero, a lo que vamos es a lo siguiente. En el pasado, llegar a formar parte de la élite de ministros de la Corte, no era una labor de aficionados, sino que les antecedía una trayectoria laboral y profesional impecable.

Ahora no. Sacarse de la manga a incondicionales, alfiles de la ideología dominante, súbditos, que no ciudadanos, es la condición elemental para ocupar un lugar en el máximo tribunal del país. Esta tendencia nociva se repite en el tribunal estatal. Eliminan candados y obstáculos, con el mayoriteo legislativo, y abren la puerta para que novatos y amateurs del derecho constitucional; activistas o matraqueros, alcancen magistraturas y hasta presidencias. Es decir, el profesionalismo, la experiencia, las tablas en la impartición de justicia quedan atrás, cuando la inercia del control de los órganos locales por el partido dominante, deviene prioridad.

Una pésima lectura para el país de instituciones, el mismo que habremos de heredar a nuestros hijos, se empezó a desmoronar con la llegada de una supuesta transformación. Nadie duda que es necesario hacer reformas y ajustarlas al tiempo en que vivimos, pero pretender desaparecerlas por capricho, fijación o paranoia, como el mismo Poder Judicial o los órganos autónomos, es un atentado a la democracia y a los principios fundamentales que harán de una gran nación que es México, una caricatura autoritaria. (JPA)

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