El comentario de hoy, martes 14 de mayo 2019

El 15 de mayo se celebra el tradicional “Día del Maestro”. La fecha ha tenido, sin duda alguna, grandes y graves mutaciones. Antes era más de ceremonias, homenajes, reconocimientos. Padres de familia, alumnos, autoridades, participaban en actos sociales y cívicos para reconocer a sus mentores. Hay ejemplos de apostolado, vocación, dedicación y hasta de sacrificio, de aquellos que nos enseñaron las primeras letras, las ciencias básicas y otras, desde preescolar hasta la Universidad.
Maestros y maestras que se retiraron de laborar a una edad avanzada. Que recibían a sus alumnos en sus casas para mejorar su aprendizaje. Maestros rurales que compartían la pobreza, las carencias y las necesidades apremiantes de sus comunidades. Que sembraban y cultivaban la parcela escolar, aprendían lenguas indígenas y eran consejeros, líderes, fiscales, jueces, médicos o secretarios. Verdaderos apóstoles del conocimiento y forjadores reales de las generaciones de antaño.
Ello no era obstáculo para que el maestro se asumiera como un verdadero factor del cambio social, dado que palpaba como nadie, los grandes resabios que trae consigo la pobreza, la ignorancia y el abandono. En el fondo de todo, siempre fue un luchador social y hasta guerrillero potencial. Más aún, si era hijo de las Normales Rurales, semillero de rebeldía e inconformidad; de la gran tradición libertaria.
Pero de pronto el maestro abandonó el aula para erigirse en activista callejero, enemigo acérrimo de la política neoliberal, crítico del sistema capitalista y de los organismos económicos internacionales. Perdió de vista que la educación es el eje del cambio social, del progreso y el desarrollo; que la ignorancia y el analfabetismo son factores de enajenación o sojuzgamiento. Que la lucha debe darse adentro y afuera del aula; en la docencia y la formación académica y no sólo en la consigna callejera sin sentido.
En mi personal punto de vista y dicho sea con respeto a mis colegas, con quienes me formé en las Normales Rurales, el magisterio oaxaqueño debe replantear su lucha; redefinir su plataforma ideológica y no abdicar de su responsabilidad docente por el activismo político. El fanatismo es contrario a todo principio democrático. La película de la lucha revolucionaria en los moldes del marxismo y el leninismo ya terminó. Vivimos otros tiempos. La Reforma Educativa ya fue aprobada. Pretender disputarle al Estado la rectoría de la educación no es el quid de la lucha por el cambio social. Asumirse como juez y parte; trabajador y patrón, es un binomio atípico, no el fondo de una lucha gremial que, sobre todo, jamás debe perder de vista que en los maestros y maestras subyace la esperanza de México y de las generaciones del futuro. (JPA)