El comentario de hoy, jueves 3 de mayo de 2018
El pasado 25 de abril, el gobierno de la capital celebró, junto con quienes vivimos aquí, el 486 aniversario de que Oaxaca fuera elevada a la categoría de ciudad. En ese escenario único y excepcional que es el Teatro Macedonio Alcalá, se llevó a cabo la sesión solemne de Cabildo. Ahí se entregaron reconocimientos a oaxaqueños y oaxaqueñas, que han destacado o hecho una labor trascendente.
En el marco de las actividades, hubo un sentimiento en el que coincidimos muchos: la paulatina destrucción de nuestro rico patrimonio histórico, sobre todo propiciado por al indolencia de grupos, maestros y organizaciones. La muestra está a la vista: paredes centenarias presas del grafitti; canteras rotas; edificios históricos perforados por alcayatas, para atar pedazos de plástico; rincones coloniales utilizados como mingitorios, etc.
Hay organismos internacionales, como el ICOMOS, órgano consultor de la UNESCO, que han emprendido verdaderas cruzadas para devolverle a los espacios afectados, su verdadera dimensión. Pero ya estamos en el mes de mayo, cuando el vandalismo se entrelaza con la indolencias de normalistas y maestros, prestos para seguir con su labor de destrucción.
Y cualquier intento de acotar esas prácticas atroces y ruines, se encubre con el sobado argumento de que se intenta “criminalizar la protesta social”. Ello ha sido la camisa de fuerza para que las legislaturas pasadas y la presente, eviten siquiera discutir la posibilidad de una ley que castigue el vandalismo. En la perspectiva miope de algunos legisladores, manejados por dirigentes de grupos y organizaciones, hay que dejar que se siga destruyendo el patrimonio histórico.
Me pregunto: ¿qué enseñarán los maestros radicales, ésos que en el 2006 rompieron las canteras del Teatro Macedonio Alcalá o del edificio central de la Universidad, para hacer proyectiles y lanzarlos a la policía, de la historia de Oaxaca? ¿Cuál será su visión de los monumentos que nos dejaron las generaciones del pasado y que han permanecido intactas durante siglos, antes de poner clavos en las canteras de Catedral?
Nuestra crítica no es ociosa. La protesta por el todo y por el nada, se ha convertido en un festín de salvajes, que han tomado nuestro patrimonio histórico no como botín sino como vertedero de frustraciones y vejaciones. Obvio, ni gobierno ni legisladores querrán desafiar a la fiera impune, que tiene una bandera indiscutible de impunidad: hacerse víctima. Por ello, la defensa debe provenir de la sociedad civil. (JPA)