El comentario de hoy, jueves 23 de febrero 2023
La historia contemporánea oaxaqueña está llena de acontecimientos trágicos. Las disputas agrarias; las venganzas; la lucha por el poder municipal, sigue dejando hasta hoy, una estela de violencia y muerte. En la Sierra Sur, sobre todo, las vendettas y las emboscadas parecen formar parte la identidad originaria de muchas comunidades. En 1986, un enfrentamiento entre Santiago Amoltepec y Santa María Zaniza, dejó como saldo 16 muertos.
El 1 de diciembre de 1998, justo cuando se llevaba a cabo la toma de posesión del ex gobernador José Murat, de nueva cuenta la zona se tiñó de sangre, luego de que San Lorenzo Texmelucan y Amoltepec, siguieran con sus rencillas mortales. El saldo fue de 14 muertos. El 31 de mayo de 2002 en el paraje de Agua Fría, por una disputa histórica entre Santiago Xochitepec y Santo Domingo Teojomulco por 4 mil 622 hectáreas, 26 personas fueron masacradas. La brutalidad no tuvo límites.
Del sexenio pasado, recordamos dos hechos: en marzo de 2017, un grupo de vecinos de Santiago Lachivía disparó a quemarropa con armas de alto poder en contra de pobladores de San Pedro Mártir Quiechapa. El saldo fue de 5 muertos y 8 heridos. En julio de 2018, 13 vecinos de Santa María Ecatepec, fueron acribillados por sus vecinos de San Lucas Ixcotepec. Todo ello en el distrito de San Carlos Yautepec. Y así podíamos seguir contando historias de venganzas y muertos. Nos haría falta tiempo.
Lo anterior viene a tema por el asesinato de 5 sujetos en la población de Santiago Amoltepec el pasado 14 de febrero y que, como ya hemos mencionado, aquí la muerte tiene permiso. En redes sociales se exhibieron videos y fotos de los cadáveres tendidos en la explanada central. Pocos días antes, 3 indígenas triquis fueron emboscados y asesinados en un camino vecinal del distrito de Juxtlahuaca. Como testimonio, un vehículo compacto con decenas de disparos de armas de fuego y los cuerpos inertes a un lado.
El gobierno estatal y los órganos que procuran e imparten justicia deben ir a fondo en sus investigaciones, pero, sobre todo, deslindar responsabilidades y aplicar todo el peso de la ley en contra de los autores materiales e intelectuales. Estos actos criminales se han exacerbado en los últimos tiempos, justamente porque cualquiera puede segar la vida de los demás sin recibir castigo. La presencia de armas de alto poder es un hecho inocultable. La cultura de la violencia se ha arraigado en nuestras comunidades, tal como lo es el arraigo a la tierra. En lo personal deploro mucho de las famosas mesas de diálogo que sólo sirven para tomarse la foto, lo mismo que los ficticios acuerdos de paz. Insisto: en tanto no se vean las cosas como lo que son, homicidios dolosos que se siguen de oficio y con la ley en la mano, esta cadena de muerte y venganzas seguirá ad perpetuam. (JPA)