Opinión 

El comentario de hoy, jueves 21 de noviembre 2019

A lo largo del Siglo XX, México tuvo una política exterior activa y respetable. Algunos de sus principios básicos fueron valiosas aportaciones al Derecho Internacional. Sin embargo, en los últimos tiempos se han dado traspiés y yerros, que hacen suponer que se siguen violando los ejes de nuestra antes respetable diplomacia mexicana.

He ahí la tirante relación que hay con los Estados Unidos de América, no obstante el brillante desempeño de nuestra embajadora en Washington, Martha Bárcena Coqui. O el penoso affaire del depuesto presidente de Bolivia, Evo Morales, que pone en entredicho la Doctrina Estrada, que se fundamenta en dos principios: la autodeterminación de los pueblos, que significa el derecho que tienen para “aceptar, mantener o sustituir a sus gobiernos o autoridades” y, la no intervención en los asuntos internos de otros países.

La política exterior de México ha tenido grandes artífices. Dos de ellos oaxaqueños: Matías Romero e Ignacio Mariscal. Luego vendrían otros mexicanos notables como Isidro Fabela, Genaro Estrada, Gilberto Bosques –quien contribuyó a la liberación de judíos del nazismo-; Luis Padilla Nervo y quien fuera Premio Nobel de la Paz, Alfonso García Robles.

Pero no es lo único en lo que el llamado gobierno de la Cuarta Transformación ha pisado en falso. Lo peor de ello es que al no existir un contrapeso, México deviene entre las ocurrencias y la ingenuidad; entre la ignorancia y la torpeza. Diversos organismos de derechos humanos a nivel internacional, han cuestionado la forma absurda, torpe e inédita, en la que asumió la presidencia de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Rosario Piedra.

La renuncia de cinco miembros del Consejo Consultivo de dicho órgano, representa una bofetada a la imposición, con un proceso amañado, vergonzoso, de la nueva ombudsperson. No se había visto esto desde la creación del organismo que –en mi modesta opinión- ni fue cómplice ni mucho menos comparsa de los gobiernos neoliberales. Es más, fue un reiterado freno a los presuntos abusos y atropellos del Estado. En su momento, hicimos severas críticas al desempeño de la Comisión Nacional, en los casos Tlatlaya, Tanhuato, Nochixtlán y otros, justificando a veces a los grupos criminales y organizaciones sociales que han optado por la violencia, para devenir después inocentes víctimas. ¿Cómo podrá emitir recomendaciones la actual responsable, luego de llegar al cargo, con la duda del fraude y los cuestionamientos, además con antecedentes personales poco recomendables? ¿Cómo reivindicar la autonomía, la independencia y la seriedad de una institución, luego de mostrar sumisión al Ejecutivo? Son sólo preguntas. (JPA)

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