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El comentario de hoy, jueves 20 de noviembre 2025

En los años setenta del Siglo pasado, Juchitán de Zaragoza se perfiló como un municipio rebelde. Fue uno de los primeros que abatió al Partido Revolucionario Institucional y ganó las elecciones municipales. El nacimiento de la Coalición Obrero Campesino Estudiantil del Istmo -la COCEI- le abonó a la entonces endeble izquierda mexicana, un triunfo. Poco después empezó aparecer el cobre.

Las invasión de propiedades privadas, con el ardid de tierra para los pobres, que trajo consigo la pulverización y desaparición de empresas y fuentes de trabajo. Ingenios azucareros, procesadoras de arroz y otras, sucumbieron. Hace poco circuló un video, duro e inédito testimonio de un legendario presidente municipal de Juchitán, Manuel Musalem, “Tarú”, que desnuda en lenguaje llano el modus operandi de algunos dirigentes de la COCEI.

La extorsión y la presión a las autoridades fue el motor de muchas fortunas construidas bajo el manto de ser “oposición”. La presión al gobierno estatal, a través de marchas y caminatas a la capital del estado, era apagada con portafolios de efectivo. Así han operado. Hoy, la COCEI está fracturada en facciones, pero su herencia, está más viva que nunca -para seguir con el eslogan primaveral-.

Y forjaron un hito: era más rentable estar en la oposición que en el gobierno. Siguieron manejando Juchitán, con esporádicos trienios ganados por el PRI. Con la posición estratégica del territorio teco, se fue consolidando uno de los negocios criminales más abominables: el tráfico de indocumentados. Un rico filón al que le entraron con singular enjundia caciques políticos de esa izquierda acartonada y convenenciera.

Abanderar la supuesta defensa de la tierra y el territorio, ante la llegada de las empresas españolas para generar energía eólica, dio pie a la aparición de otros actores dedicados a la extorsión. Ni los golpes de la naturaleza, como fueron los sismos de 2017, con su cauda de dolor y pérdida fueron motivo para restablecer la paz y la civilidad. Ahí mismo se lucró con la tragedia. Y los mismos actores.

Desde hace al menos una década, aquella ciudad heroica que derrotó a los franceses el 5 de septiembre de 1866, devino una tierra sin ley. Mañosos locales se coludieron con grupos criminales. Y las vendettas y ajustes de cuentas fueron y son, como hasta hoy, el pan de todos los días. La sociedad teca ha aprendido a vivir entre las balas, los asaltos, el cobro de piso y las ejecuciones. Y tal es la costumbre, llevarse a sus muertos como si fueran animales, frente a la omisión de las autoridades que lo consideran parte de sus usos y costumbres.

Ediles de antes y de hoy, omisos y cómplices ante lo que vive su pueblo, aferrados al cargo por compromiso político o por cinismo. Pero solapados por el gobierno y diputados, que siguen viendo a Juchitán como Edén del folklore, de las velas, de “las intrépidas” o de las obra de artistas como “Juchitán de las mujeres” o “Nuestra señora de las iguanas” de la lente fotográfica de la recién premiada Graciela Iturbide. Pero no la tragedia que ahí se vive. (JPA)

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