Opinión 

El comentario de hoy, jueves 17 de mayo de 2018

La Reforma Educativa parece haberse convertido en una moneda de cambio en algunos candidatos a la presidencia de la República. Se dice que de llegar la habrá de cancelar y toda una retahíla de argumentos. Sin embargo, se advierte más como acción de proselitismo político que como una actitud de congruencia institucional.

Descalificada por muchos y valorada por otros, la Reforma Educativa no es un artificio sexenal ni mucho menos moda. Es una necesidad apremiante que no debe ser ni argumento político ni, mucho menos, instrumento de negociación. Si bien es cierto que habrá que hacerle adiciones y modificaciones, el país requiere de nuevos parámetros para encaminarse a la nueva realidad educativa mundial.

La educación libresca, de memorización; la forma tradicional del proceso enseñanza-aprendizaje, ya no es viable. Se requiere de maestros capacitados; bien formados en las nuevas tendencias tecnológicas. La educación que imparte el Estado no puede seguir manteniendo el rezago de hace treinta años. He ahí el por qué la evaluación es necesaria. Es lo usual en cualquier parte del mundo para acreditar mejores cuadros y calidad educativa.

Pero tal parece que la locura de ganar la presidencia hace a ciertos candidatos –omitimos nombres- enfrascarse en una discusión obtusa y banal. La educación no debe ser instrumento de concesiones gratuitas o debilidad gubernamental. El magisterio, sea que milite en la disidente Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación –la CNTE- o en el charro, Sindicato Nacional –el SNTE- debe ser objeto de capacitación y mejoramiento profesional.

No es un secreto que vamos a la zaga de ciertos países latinoamericanos en materia educativa. Tampoco lo es que aquí lo que han valido son las complicidades, las inercias y los vicios. La educación es la que nos dará las pautas para ser mejores ciudadanos, para ser mejores mexicanos y no ser el patio trasero de los Estados Unidos. Si el candidato que ha ofrecido cancelar la Reforma Educativa tiene una mejor alternativa, que la proponga, pero no es ético tomar algo tan primordial como es la educación como resorte de la ventaja político-electoral.

Aunque aquí ha sido sólo una ficción por la excesiva politización del magisterio y la complacencia oficial en no aplicarla, es evidente que su observancia debe provenir del más alto nivel. No es –insisto- una moneda de cambio ni tema de discurso político o proselitismo. Quien lo vea así es un irresponsable. (JPA)

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