El comentario de hoy, jueves 13 de julio 2023
Oaxaca está de fiesta. Julio es, desde hace mucho, el mes del jolgorio, el colorido y el folklore. Es el de mayor afluencia del turismo nacional y extranjero, que abarrota calles, parques y sitios de interés. Y como corolario, La Guelaguetza. Aquel evento que nació en 1932 con el nombre de “Homenaje Racial” y siguió durante el resto del Siglo XX, como “Lunes del Cerro”, hasta devenir hoy como Guelaguetza, nuestra fiesta máxima. El derroche de música, trajes regionales, danzas, bautizos y mayordomías.
Considerada como uno de los destinos más socorridos del país, la capital exhibe, no sólo la belleza de un Centro Histórico con su inigualable arquitectura colonial, sino los resabios del abandono oficial. Falta de obras, baches, comercio en la vía pública, inseguridad. Pero también, males mayores como la gentrificación, que no es más que “un cambio en los regímenes de tenencia de propiedad o alquiler que va generando un desplazamiento forzado de los habitantes del barrio a las zonas periféricas”. Hoy mismo se vive en los barrios mágicos de Jalatlaco y Xochimilco.
Estamos a unos días de celebrar la tradicional Guelaguetza. Según el gobierno estatal, se trata de devolverle su perfil popular. Por ello, desapareció el llamado “Comité de Autenticidad” que, al menos durante los últimos treinta años, calificó qué delegación asistía o no a presentar sus bailes o danzas. Y encomendó la tarea a los comités comunitarios, buscando con ello hacer este evento una muestra genuina de nuestro universo multiétnico y pluricultural. Ya veremos en qué medida se logra o será más de lo mismo.
No es nada nuevo que cada administración gubernamental quiera imponerle su propio sello. Y es válido, siempre que no trastoque la poca originalidad que hoy en día se ha preservado. Cada año se han ido agregando ferias y muestras. Gastronómicas o artesanales. La ciudad convertida en gigantesco tianguis. Ferias del mezcal, los moles, el antojo y el tamal, o en los alrededores, del tejate, la nieve, el alebrije y una y mil invenciones más.
En algo de ello se empeña la originalidad, la identidad y nuestra tradición ancestral. La celeridad, la moda y el propósito del beneficio económico ha convertido a nuestra fiesta máxima en un simple y burdo negocio. Habrá que probar los moles de cereza, ciruela o nuez de la India; aderezados con ribetes de cocina mediterránea o la llamada cocina fusión. Como los ensambles y los maridajes que le han inventado a mezcal, la bebida que más nos identifica, ya convertida en una especie de elíxir de los dioses. Antes de que seamos una entidad en donde la moda se superponga a la tradición o lo plusvalía económica por encima de nuestra historia e identidad, hay que evitar que seamos una mezcla amorfa en donde los propios oaxaqueños no tengamos cabida y todo sea, a la medida de las exigencias del turismo. He ahí el desafío que no sólo le compete al gobierno resolver, sino la actitud corresponsable de todos quienes vivimos aquí. (JPA)