El comentario de hoy, jueves 12 de julio de 2018
Llegaron las fiestas de julio y con tristeza vemos que uno de los lugares más emblemáticos de nuestra capital, el zócalo, sigue como un vulgar estercolero. La calle de Armenta y López cerrada por un remedo de tianguis, que solapa la dirigencia de la Sección 22; la esquina de esta calle y Guerrero, hecha una vendimia de boletos de autobús y el infalible comercio en la vía pública, tapizando materialmente el Centro Histórico.
Sigue la podredumbre en donde deberían ser zonas verdes. La fauna nociva convive con indigentes que ya tomaron el zócalo como sitio para dormir o beber. Los aseadores de calzado sobreviven en un ambiente pernicioso, que algún día fue sitio de sana recreación para los citadinos de todos los estratos sociales, pero que en la última década ha sido bastión de la inconformidad y el chantaje.
En los pasillos del Palacio de Gobierno, que durante todo el Siglo XXI era el paso obligado para pasar de las calles de Guerrero a Trujano y Miguel Cabrera o viceversa, permanece cerrado por supuestos desplazados triquis, que prácticamente se apropiaron de dicho espacio. Es para ellos, cocina, comedor, mercado y hotel de paso. Pero son los que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la misma Defensoría oaxaqueña, mantienen como depositarios de sus medidas cautelares.
¿Sabrán dichos organismos que desde el tiempo que dicho grupo étnico y sus dirigentes, que viven de la mendicidad gubernamental, llegaron a avecindarse ahí, han nacido cuarenta y dos niños y niñas? No duden que cualquier cambio de lugar para estas fiestas de julio, tendrá un costo millonario para el gobierno. Su falso desplazamiento y la bandera indígena, les sirven a la perfección a sus manejadores y manipuladores para obtener dinero vía chantaje.
No obstante los esfuerzos de la Secretaría de Turismo y de esta administración, para ubicar a este rubro como pivote del desarrollo económico, siempre estará presente la indolencia de maestros, organizaciones sociales y grupos indígenas, en donde pareciera existir un rechazo a la industria del turismo. No saben o no quieren entender que miles y miles de familias viven de la derrama económica que dejan los visitantes del país y el extranjero.
Por fortuna, en este año no ha salido la clásica amenaza del magisterio de boicotear La Guelaguetza. La única tabla de salvación anual de la industria sin chimeneas, devastada precisamente por la indolencia de esos enemigos de la paz y el progreso. Para atenuar esa mala imagen que tenemos, habrá que mostrar ante los visitantes, un Centro Histórico digno, decoroso y en todo su esplendor. El desalojo es la alternativa. (JPA)