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CRÓNICA GEOPOLÍTICA (13) – La Geopolítica del Anáhuac: visión de una civilización originaria

Por Oswaldo García Criollo

Va el segundo artículo de la serie: Geopolítica Mexicana de Ayer y Hoy.

El término Anáhuac, de origen náhuatl, designa la vasta región de lo que hoy conocemos como Mesoamérica. Y mucho más hacia el norte y el sur.  Para sus habitantes originarios, esta palabra significaba “cerca del agua” o “tierra rodeada de agua” o “entre aguas” y aludía a un espacio geográfico y simbólico profundamente vinculado a los lagos, volcanes y montañas del altiplano mexicano y las aguas oceánicas. Mucho antes de que los europeos la bautizaran como “Mesoamérica”, el Cem Anáhuac, mejor dicho, era el corazón de una red de naciones y civilizaciones que se desarrollaron durante miles de años, con estructuras sociales complejas, economías diversificadas y sistemas políticos y religiosos profundamente aceptados. Un territorio de más de 5 millones de kilómetros cuadrados, desde la mitad de lo que hoy es Estados Unidos hasta Nicaragua e islas del Caribe. Vean el mapa.

Desde una perspectiva geopolítica, el Cem Anáhuac no era un territorio unificado en el sentido moderno del Estado-nación, sino un mosaico de Comunidades-Estado y grupos de ellas, confederaciones y alianzas que mantenían relaciones tanto de cooperación y algunas veces  de conflicto. Las civilizaciones que florecieron en la región —como los olmecas, zapotecas, mixtecos, teotihuacanos, toltecas, mayas, tarascos, totonacos, tlaxcaltecas y mexicas— compartían una cosmovisión común, con divinidades similares, (un ejemplo es Quetzaltcoatl y Kukulkcán), pero desarrollaban sus propias formas de organización y dominio territorial. Había una matriz civilizatoria. Y hubo una “lingua franca”, el Nahuatl.

La posición estratégica del Anáhuac favorecía el control de rutas comerciales, el intercambio cultural y el flujo de bienes como el jade, el cacao, la obsidiana y el algodón. Urbes como Teotihuacan, Monte Albán, Tula, Chichen Itzá, Copán y Tenochtitlan surgieron como centros de poder cuya influencia se extendía más allá de sus límites inmediatos. En este contexto, el poder no dependía solo de la fuerza militar como último recurso, sino también de la capacidad de establecer redes de tributo, alianzas matrimoniales, y legitimidad religiosa. La geopolítica del Anáhuac estaba profundamente entrelazada con el mito, el calendario ritual y el simbolismo del espacio, donde el centro —el ombligo del mundo, el náhuatl yollotl— era el eje de la vida política y espiritual.

A diferencia de las concepciones europeas que llegaban en el siglo XVI, donde el poder se entendía como soberanía vertical y territorial, depredación, explotación y exterminio en algunos casos, en el Anáhuac predominaban formas de soberanía segmentadas, móviles y adaptadas a una geografía diversa y desafiante. Los señoríos mantenían equilibrios precarios entre sí, y los señoríos que no imperios—como el mexica— no eran dominadores absolutos, sino gestores de un sistema tributario multinodal que requería constante negociación y presencia simbólica. El dominio de la Triple Alianza: Mexicas, Texcocanos y Tlaltelolcas es una muestra palpable y por los texcocanos los mexicas abrevaron de los toltecas dando continuidad y renovando los ciclos históricos de grandeza y civilización.

El lago de Texcoco, corazón del valle del Anáhuac, ilustra esta geopolítica singular: una región lacustre donde se asentaron grandes urbes como Tenochtitlan, con avanzados sistemas hidráulicos, chinampas y calzadas. Esta geografía permitió un desarrollo agrícola intensivo y un sistema defensivo natural, pero también exigía una gestión colectiva de recursos hídricos, alianzas regionales y capacidad de respuesta ante amenazas naturales o humanas.

La llegada de los castellanos españoles no destruyó una civilización fragmentada, sino una compleja estructura geopolítica en constante evolución. Comprender la geopolítica del Anáhuac hoy es, por tanto, recuperar una visión del poder que fue negada y silenciada y que sigue siendo relevante para pensar logros, identidades y resistencias en América Latina. Este enfoque permite reinterpretar el pasado no como un cúmulo de pueblos vencidos, sino como herencia viva de estrategias territoriales y culturales que resistieron y en muchos sentidos persisten en las comunidades indígenas, en el lenguaje, en las luchas sociales y en la memoria colectiva. El Anáhuac no desapareció: sigue latiendo bajo el nombre impuesto de Mesoamérica, esperando ser comprendido a cabalidad por sus descendientes y gobernantes.

El mundo le debe a esta civilización (que vivió en armonía con la naturaleza) el maíz, el chocolate, el frijol, el tomate, la vainilla, el tabaco, el aguacate, el chicle, etc. Y sobre todo el concepto de cero, el sistema vigesimal, el calendario anual  y su propia arquitectura y filosofía. Resalto el hecho contrastante de que para ellos los metales preciosos no eran motivo de acumulación mercantil o posesión beligerante y codicia, eran solo objetos preciados de arte, ornato y distinción.

La tragedia la aporta la nación de los CHEROKEES que desde la llegada de los europeos a Norteamérica sufrieron despojos, desprecios, ilegalidades y violencia. En el siglo XIX decidieron migrar al sur en busca de sus orígenes en el centro del Anáhuac. Su intento de regreso fue trágico, los gobiernos de EU fueron implacables con ellos y nunca cumplieron los tratados acordados. De parte de las altas autoridades mexicanas nunca recibieron apoyo, solo desdén y desprecio. No morirá la gloria del Anáhuac a pesar de que México ha estado y está gobernada por muchos ignorantes de la historia.

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