Opinión 

El comentario para martes 9 de mayo, 2017

La ubicación de nuestro estado como un destino turístico por excelencia, sigue en ascenso. La semana pasada trascendió que la Mixteca Alta había sido reconocida por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura – la UNESCO- como parque natural. Hace al menos cinco años, las Cuevas de Yagul, fueron asimismo reconocidas como un sitio histórico.

En ellas se encontraron vestigios del maíz, que ya era usado en la alimentación hace al menos diez mil años, además de pinturas rupestres y otros elementos del hombre que habitó en los Valles Centrales, hace miles de años. Nuestra cultura es, pues, ciertamente milenaria. Provenimos de los primeros hombres que habitaron el Continente Americano.

Este año se cumplen treinta de que la UNESCO reconoció a Oaxaca, el conjunto conventual dominico de Cuilapan de Guerrero y la Zona Arqueológica de Monte Albán, como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Es difícil que un estado de la república conjugue tantos y tan variados reconocimientos, ello sin contar con la distinción a la gastronomía oaxaqueña, hecha por el mismo organismo internacional.

Sin embargo, había que preguntarse, ¿qué hacen el gobierno o los mismos prestadores de servicios para mantener ese imán que tiene Oaxaca? Sólo basta darse una vuelta por los sitios en donde arriban los visitantes del país y el extranjero a comer, para darse cuenta de los abusos y las atrocidades que se cometen; para constatar los cobros indebidos y la voracidad de algunos propietarios.

Hace algunos años la delegación estatal de la Secretaría de Turismo –la SECTUR, del gobierno federal-, que parece haber desaparecido, vigilaba calidad, servicios, precios justos, etc. Cualquier denuncia era atendida. Había sanciones. Incluso cierre del negocio. Hoy eso no ocurre y los abusos están a la orden del día. ¿Un plato de mole oaxaqueño en 400 pesos o una empanada apenas embarrada de amarillo, 90 pesos, como algunos negocios en la Villa de Zaachila?

No sólo eso. En la cuenta no se especifican los productos consumidos, tampoco la nota cuadra con las comandas y la cantidad que se establece en las cartas. Los precios se inflan a placer y se cobran cantidades exorbitantes. Y nadie protesta. Existe pues un insano propósito de extraer del visitante y aún de los despistados locales que hemos acudido a dichos sitios, la mayor ganancia posible.

Sin duda la tarea es de la Secretaría de Turismo estatal y la delegación de la Procuraduría para la Defensa del Consumidor –la PROFECO-. Algo tiene que hacerse para seguir conservando en el mercado turístico nacional e internacional, ese imán que atrae a tantos visitantes y que la naturaleza y nuestros ancestros, nos legaron de manera gratuita. (JPA)

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