Opinión 

El comentario de hoy martes, 24 de enero de 2017

Cuando el historiador marxista ya desaparecido, Erick Hobsbawm, nacido en Alejandría pero criado en Inglaterra, escribió “La era del capitalismo”, jamás imaginó un mundo interdependiente y global como el que hoy vivimos. Tampoco del proteccionismo comercial que con el arribo del nuevo presidente de los Estados Unidos, se pretende instalar en el país conocido como el más poderoso de la tierra.

La esencia de Destino Manifiesto; de la frase aquella de “América para los americanos”; del expansionismo bélico; del país que se ha asumido como gendarme del mundo libre, parece haberse trastocado con el inicio de una nueva era: la de cerrar fronteras, amenazar a los inversionistas norteamericanos en el exterior y cerrarse prácticamente al mundo, en la visión simplista de que los Estados Unidos y la población blanca recuperarán su identidad.

Donald Trump llegó al poder, teniendo como telón de fondo un país convulsionado, inconforme, en abierta protesta. Una población blanca minoritaria y convencida, pero las grandes mayorías indignadas. Un Congreso, aunque con mayoría republicana, fracturado. Con estados de la Unión Americana y gobernadores en abierta oposición a su discurso triunfalista, de xenofobia, de odio racial. Es decir, el nuevo inquilino de la Casa Blanca enfrenta un poderoso enemigo: el que se ha incubado en su propio país.

El vacío que se observó en su toma de protesta es emblemático. El mundo ya no tolera el fanatismo, que lleva el estigma de lo abominable. No obstante, investido ya con el mando, hay que esperar de él lo peor. Si los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, Estados Unidos ya tiene el suyo y nuestro país deberá estar preparado para sortear la ofensiva. La pax americana se ha cimentado siempre, en el sojuzgamiento de países como el nuestro.

El gobierno federal deberá estar listo para enfrentar el enfriamiento en las relaciones bilaterales; el ataque sistemático a nuestro sistema financiero; los desplantes verbales y de discriminación de un fanático investido de poder. Las deportaciones masivas son una Espada de Damocles que pende sobre nuestra cabeza; el recrudecimiento de una política exterior hostil; el boicot comercial y, sobre todo, el efecto negativo en nuestra estabilidad política y económica, que podría acarrear, la contracción de las remesas.

El mundo entero vive pues, desde el pasado viernes, una nueva historia: la del temor y la recreación del imperio, que se creía extinto desde hace mucho. Es una lástima que esto nos tome en el momento de mayor vulnerabilidad, cuando México se desangra en protestas; en indignación; en reclamos, ante un gobierno que no sólo reitera a cada paso su torpeza, sino que inmerso en la corrupción, sólo busca lavarse las manos y mostrar, como los norteamericanos hoy, que el voto no es más la expresión genuina de la democracia, sino de la ligereza y la locura. (JPA)

 

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