Opinión 

El comentario de hoy, martes 7 de febrero, 2017


El Estado no tiene razón de ser, si no ejerce sus mecanismos coercitivos. Es garante de la paz social, no es un simple membrete. El Estado moderno, sobre todo, garantiza y salvaguarda el clima de libertades en las que todo pueblo civilizado pretende vivir. Y el gobierno, como representante del Estado debe cumplir.

Sin embargo, desde hace muchos años, el Estado y su poder, ha devenido un simple artificio. Del 2006 a la fecha, quienes han asumido la alta responsabilidad de dirigir los destinos de los oaxaqueños, han pecado de indolencia y superficialidad, ante todo aquello que amenaza la paz social.

Lo anterior viene a cuento en virtud de algunos acontecimientos de la semana pasada. El martes 31 de enero, pobladores de una agencia llamada “La Trinidad”, distrito de Ixtlán, provistos de machetes y palos, cerraron las principales vialidades. Amenazantes y en multitud, ante cualquier reclamo de hombre o mujer, manifestaban su cobardía multitudinaria.

Un asunto postelectoral, los trajo de su pueblo a aplicar, lo que hoy cualquier “baba de perico” –como se dice vulgarmente- utiliza para intimidar: la cultura del chantaje. La capital estuvo paralizada; cientos y cientos no llegaron a sus labores; a la escuela o retornar a sus casas, sorbiendo su frustración e impotencia.

La pregunta del por qué tenemos que tolerar a menudo estas prácticas tiene una respuesta: porque hemos sido incapaces de defender nuestro derecho a circular libremente; porque el gobierno ha adbicado, por cobardía o por simple apatía, de su responsabilidad de garantizar el derecho de las mayorías, ante la agresión de los menos.

Las prácticas nocivas de ingobernabilidad se repiten. Ayer como hoy, Oaxaca es una tierra de nadie. Un pueblo sin ley, y la capital oaxaqueña, el desfogue de la catarsis violenta de grupos, organizaciones, comuneros y sujetos sin escrúpulos, a los que el gobierno solapa y apapacha. Hay instigadores de la violencia que lejos de recibir todo el peso de la ley, los sientan a las mesas de negociación. Lo mismo están en San Raymundo Jalpan, que en Santa María del Mar, en la zona mixe o en comunidades de la Mixteca.

Seguimos pues en las mismas. Órganos electorales que califican vagamente; órganos jurisdiccionales con sentencias cuestionables; funcionarios públicos que son a la vez, incendiarios y bomberos. Y como víctima, una sociedad exhausta, harta e indignada, que sólo atisba en el horizonte, a una casta política complaciente, que ya está aquí, como la del sexenio pasado: forjar su futuro político, sobre las ruinas que dejarán atrás. (JPA)

Leave a Comment