Opinión 

El comentario de hoy, martes 5 de julio de 2016

escuela cerrada

En muchos sentidos, México es un país de mitos y de ficción. Hay estereotipos que han permeado en la conciencia colectiva, a pesar de sus dobleces y sus inconsistencias. Un ejemplo: En este país, tal parece que los llamados derechos humanos se ven de una forma parcial. Los derechos de unos prevalecen sobre los derechos de los demás. Los menos sobre los más. Hay un segmento de la sociedad, el magisterio, que puede conculcar el derecho a la libre circulación, a la supervivencia de millones, al derecho a la educación y al trabajo. Humillan, esculcan, extorsionan y vandalizan, haciendo de la libertad de expresión, su bandera.

Pero cuando el Estado, que tiene la responsabilidad de salvaguardar el clima de libertades y responsabilidades del pueblo en general, amaga siquiera con intervenir, de inmediato apelan a sus derechos humanos y acusan represión. Es decir, con el discurso de los derechos humanos hay que atentar en contra del Estado de Derecho, en contra de los derechos de los demás y de la paz social. ¿Los transportistas, los pasajeros, los enfermos, los comerciantes, etc., que se quedan varados por días en carreteras carecen de derechos humanos? ¿Los alumnos que no concluirán satisfactoriamente su ciclo escolar, tampoco los tienen? ¿O los policías que en un afán enfermizo y cobarde, son humillados, también carecen de ellos?

¡Vaya pues!, en este país, parece que las cosas caminan al revés. Una libertad de expresión prostituida; un Estado de Derecho ficticio; la ley, que debe ser de observancia generalizada, una caricatura. El terrorismo de unos cuantos hay que aplaudirlo, porque están en uso de sus derechos humanos. Un país, en el que unos cuantos –así fueran dos o tres millones, no pueden poner en jaque a más de cien millones que lo habitamos- imponen su ley, a través del terror; unos cuantos miles que conculcan el derecho a la educación; los menos, que dicen defender a los más pobres, pero con sus acciones los han convertido en sus peores enemigos.

Sin duda alguna, este país y nuestro estado a la cabeza, tienen que cambiar. Hay que romper paradigmas; hay que demoler mitos y estereotipos. Develar la verdadera naturaleza de aquellos que en su afán de conveniencia y de facciones, nos ponen contra la pared. Es urgente revertir ese fantasma conocido como represión. El Estado es, aquí y en China, garante de la gobernabilidad y las libertades. Quien lo desafía debe atenerse a las consecuencias. Y eso no es fascismo. Ni justificamos la violencia y el dolor que pueda traer consigo. Pero nadie está por encima de la ley, porque no vivimos un estado de excepción. Aquí, todos debemos ser iguales. (JPA)

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