Opinión 

El comentario de hoy, martes 25 de octubre de 2016

murat-cue

En poco más de un mes habrá de concluir esta administración. Desde la semana pasada se inició formalmente la llamada entrega-recepción. En ello, sin duda, habrán de ventilarse los pendientes que deja el gobierno saliente al que se estrena el primero de diciembre. Termina un ciclo y empieza otro.

En el entorno social permea una idea: la urgencia de que cambie ya el destino de Oaxaca. Con el inicio del cada nuevo gobierno, en la buena fe del oaxaqueño común, se abriga la esperanza de que el que venga sea mejor. Hace justamente seis años, miles forjaron grandes esperanzas y expectativas. Sin embargo y sin hacer comparaciones ociosas, hay que reconocer que los últimos días del gobierno de Ulises Ruiz, no se comparan con los del actual.

Los problemas se han exacerbado. La gobernabilidad está por los suelos. Cual más cual menos bloquea, exige, estira la mano. Un ejemplo emblemático es la absurda y torpe movilización de los trabajadores del sector salud. Una demanda superficial de uniformes, a fin del sexenio, se ha traducido en exigencia monetaria. Los dirigentes encabezados por Mario Félix Pacheco, han exhibido su voracidad.

En ese afán, han jugado con la salud y la vida de los más desprotegidos. Aquellos que acuden a hospitales y centros de salud, para toparse con una realidad cruda: no hay ni médicos, ni enfermeras ni medicinas. Los sindicatos, en efecto, han sido la tragedia para Oaxaca. Los negocios y la tranza; el chantaje y la presión para lograr sus propósitos, a veces aviesos y siniestros.

La inseguridad también se ha exacerbado. Ejecuciones como nunca se habían visto. ¿Y cómo combatir a los grupos delictivos, con policías sin avituallamiento; patrullas, con 20 litros de gasolina por día; con elementos a los que no se les otorgan viáticos que por ley les corresponden?

Una entidad en donde sigue prevaleciendo el clientelismo político. Organizaciones sociales, cuyos dirigentes exigen y se les han otorgado, sumas millonarias. Pero nunca rinden cuentas. Y viven de la mendicidad oficial. Si no les dan ya saben cómo ablandar al gobierno: montando bloqueos y fastidiando a justos por pecadores.

Insistimos: es la cultura del chantaje y la manipulación; los mecanismos de presión y agandalle, lo que ha impedido el desarrollo de la entidad y el aprovechamiento de nuestro rico potencial. Eso tiene que cambiar. Los recursos públicos son del pueblo y hacia él deben destinarse. No a vivales y chantajistas. La rendición de cuentas y la transparencia no son una gratuita concesión. Deben ser la vara con la que todos, absolutamente todos aquellos que utilicen dinero público, deben medirse. (JPA)

 

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