El comentario de hoy, martes 20 de septiembre de 2016
Concluyeron los festejos patrios, en medio de la zozobra ciudadana, la violencia y la inseguridad que vive Oaxaca. Esta remembranza histórica, al igual que La Guelgaguetza o los eventos decembrinos, figuran ya en el calendario de “lucha” –entrecomillado- de provocadores y fanáticos; de normalistas que no estudian pero quieren plaza automática; de maestros, que han torcido su misión docente y sólo le apuestan a la conveniencia y el confort.
Los últimos meses de esta administración gubernamental están marcados por los abusos, atropellos y atrocidades de dichos grupos. Llevamos meses con nuestras libertades acotadas. Hemos vivido un secuestro inédito. Una libertad a medias. No podemos transitar por las calles, menos por las carreteras. La pregunta es: ¿quién o quiénes están detrán de esta agresión al pueblo; de alentar el encono y la confrontación social?
Los que han generado inestabilidad tienen un estigma irrebatible: la victimización. Con un cinismo burdo se asumen golpeados y reprimidos, cuando a la vista de todos son los violentos. Que nadie los toque; que nadie se atreva a detener sus actos vandálicos: el robo de combustible, el asalto a transportistas, el atraco vil en las casetas de cobro, entre otras linduras. Son sencillamente intocables estos potenciales delincuentes.
La provocación lleva un objetivo: tener más víctimas mortales para pasear su féretro por las calles. Envolverlos, cual Niños Héroes en la bandera de la lucha popular. Más sentidos entre más radicales. ¿Se habrán preguntado cuáles fueron los móviles para quitarles la vida de manera tan violenta? Con certeza no. Pero ya fueron elevados al altar del martirologio magisterial. La sentencia ya fue dictada de antemano: el responsable fue el Estado por no garatizar la seguridad, no de la ciudadanía, sino de los maestros.
Fechas emblemáticas que en otras circunstancias servirían para consolidar el sentimiento nacional; la identidad mexicana y el amor por nuestros símbolos patrios, han devenido festín de fanáticos y falsos revolucionarios; de porros y vándalos. Todo ello gracias al repliegue de las corporaciones que tienen la obligación de garantizar el libre tránsito y la seguridad.
Hay razón pues que el turismo ya no venga; que huyan las inversiones y que Oaxaca camine hacia un mayor desastre económico. La violencia incuba violencia, inseguridad, anarquía. Sin Estado de Derecho y apego a la ley, no hay desarrollo. Lo único que han propiciado maestros, normalistas, grupos afines y hambreadores de la dádiva gubernamental, es que sigamos como un Estado de excepción, sin atisbar en el futuro inmediato, un cambio en nuestro destino. (JPA)