El comentario de hoy, martes 13 de noviembre
Como muchos ciudadanos, nos hemos preguntado: ¿qué pasó exactamente aquel 26 de septiembre de 2014, cuando policías de Iguala y Cocula, Guerrero, arremetieron en contra de estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, Guerrero, con un saldo de 6 muertos y 43 desaparecidos? Un hecho sin duda doloroso y deleznable, cuya lección tal parece que no se ha aprendido del todo.
Las diversas versiones y verdades a medias; verdad jurídica y verdad histórica, han dejado en la conciencia colectiva de nuestro país una imagen de injusticia, de presunta violación a los derechos humanos, de encubrimiento a los verdaderos responsables de la que se asume como una masacre, cuya autoría material recae en grupos criminales. Sin embargo, el viejo ardid de los cilindreros, falsos luchadores sociales y pregoneros de los derechos humanos, ha transitado por los mismos trillados caminos: el responsable fue el Estado.
La juventud es símbolo de rebeldía no de sumisión. En 1968 cientos de jóvenes idealistas murieron en la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco. En 1971, otros tantos fueron reprimidos en el famoso Jueves de Corpus. Su lucha era salir a la calle y protestar por el estatus quo; en contra del mal gobierno; por mejor condiciones de vida y de calidad en las instituciones de educación superior. Eran otros tiempos sí, pero nadie secuestraba autobuses; no asaltaba camiones de mercancías o casetas de peaje ni, mucho menos, le hacía al héroe tratando de desarmar a policías.
El Síndrome de Ayotzinapa creó un estigma que hoy en día lacera al país y particularmente a Oaxaca. Los normalistas se asumen intocables. Destruyen, vandalizan, arremeten en contra de la sociedad, con una impunidad inaudita. Pareciera que estos futuros maestros se rigen por otro estatuto o por fueros. La semana pasada, un grupo de no menos de veinte sujetos robaron una patrulla de la Policía Municipal de Coixtlahuaca y se fueron a refugiar en Nochixtlán, la antes tranquila comunidad mixteca, a la cual le robaron su identidad, la tranquilidad y hasta el nombre, desde el 19 de junio de 2016.
Decimos que la dolorosa lección de Ayotzinapa no se ha aprendido, pues los responsables de estos hechos son justamente normalistas de dicha escuela y de al menos otras dos Normales Rurales más. Ni autoridades ni padres de familia los llaman al orden. Destruyen, incendian, roban, asaltan. ¿Será que están labrando un nuevo episodio, para que los padres recorran el país en caravana y exijan la presentación de sus hijos con vida, cuando ya es demasiado tarde, pero jamás pusieron empeño en prevenir una tragedia? Es sólo una pregunta. (JPA)