Opinión 

El comentario de hoy, martes 1 de noviembre de 2016

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Los oaxaqueños hemos vivido en estos días, los tradicionales festejos del Día de Muertos. Una tradición ancestral que se vive con una singularidad y devoción, única y excepcional. La muerte ha sido un tema recurrente en pensadores y filósofos desde la antigüedad. Fernando Savater, tienen una obra titulada, Las preguntas de la vida, cuyo primer capítulo es: “la muerte para empezar”.

Si la muerte –dice- es no ser, ya la hemos vencido una vez: el día que nacimos. Pues bien, nosotros seremos mortales pero de la muerte eterna ya nos hemos escapado. A esa muerte enorme le hemos robado un cierto tiempo -los días, meses o años que hemos vivido, cada instante que seguimos viviendo- y ese tiempo pase lo que pase siempre será nuestro, de los triunfalmente nacidos, y nunca suyo, pese a que también debamos luego irremediablemente morir.

Ningún pensamiento tan descarnado en torno a la muerte que Miguel de Unamuno: “Cuando el hombre –dice- se queda a solas y cierra los ojos al porvenir, al ensueño, se le rebela el abismo pavoroso de la eternidad. La eternidad no es provenir. Cuando morimos nos da la muerte media vuelta en nuestra órbita y emprendemos la marcha hacia atrás, hacia el pasado, hacia lo que fue”.

Y remata con una idea reveladora: “Por debajo de la corriente de nuestra existencia, por dentro de ella, hay otra corriente en sentido contrario: aquí vamos del ayer al mañana, allí se va del mañana al ayer. Y de vez en cuando nos llegan hálitos, vahos y hasta rumores misteriosos de ese otro mundo. Ese infinito al que algún día tenemos que llegar”.

Pero nada hay en el mundo que asemeje a los mexicanos, que vemos la muerte y hasta nos burlamos de ella, sobre todo en nuestra tradición ancestral; hacemos escarnio de la misma; usamos máscaras y ropaje alusivo y hasta pernoctamos en el panteón, para acompañar en su sueño eterno a quienes ya se fueron. Les ponemos altares y manjares; caminos de flores para que no se pierdan en el eterno retorno e imaginario al mundo de los vivos. Les quemamos copal y en las ofrendas, hasta una copa de mezcal.

Y es que la muerte –decía Octavio Paz- “es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida. Nuestra indiferencia ante la muerte, se nutre de nuestra indiferencia ante la vida. El desprecio a la muerte no está reñido con el culto que le profesamos. Siempre estará presente en nuestras fiestas, en nuestros juegos, en nuestros amores y en nuestros pensamientos. En un mundo cerrado y sin salida, en donde todo es muerte, lo único valioso es la muerte”. (JPA)

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