Opinión 

El comentario de hoy, jueves 9 de febrero, 2017

En este año se cumplen 30 de que la Ciudad de Oaxaca, la Zona Arqueológica de Monte Albán y el Convento Dominico de Cuilapan, fueron reconocidos por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura –la UNESCO- como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Fue en 1987, cuando uno de los órganos de composición restringida de dicho organismo multilateral, aprobó la declaratoria que se dio, casi simultáneamente a la que obtuvo la Zona Arqueológica de Teotihuacán y la Ciudad de México, entre otras.

La aprobación de la declaratoria no fue cosa simple. Fueron al menos un par de años de cabildeo diplomático; el análisis de expedientes documentales, fotográficos, testimoniales, etc. Por fortuna, México tenía en ese entonces acreditados en el organismo a dos distinguidos investigadores universitarios e historiadores: primero fue el doctor Luis Villoro y, posteriormente, don Miguel León-Portilla. Ambos conocían nuestra historia al dedillo.

Sin embargo, a tres décadas de ese reconocimiento, nuestra capital muestra hoy los síntomas del deterioro y el abandono. El vandalismo, de la mano de la eterna protesta de maestros y organizaciones sociales, ha hecho su labor depredadora. Observe hoy mismo en la barda del Centro Cultural Santo Domingo, como lo hemos visto en las canteras de Catedral, las huellas de la brutalidad y la estupidez.

Existe de parte de algunos un afán de destrucción. Una patología que conlleva a arremeter en contra de nuestros edificios históricos. Unos los pintan; otros los perforan para amarrar mecates y afianzar casas de campaña. Eso es en la ciudad, pero también hay que ver la invasión que ha sufrido el Polígono de Monte Albán. La mancha urbana se ha extendido en una zona prohibida. ¿Y qué hacen las autoridades tanto federales como estatales? Aboslutamente nada.

Hay en la capital cientos de casonas de los siglos XVIII y XIX, que estan a punto de venirse abajo. Y no se pueden rehabilitar por falta de recursos de los propietarios o abotagados por las trabas burocráticas del Instituto Nacional de Antropología e Historia –el INAH-. En fin, en cierto sentido vivimos en ruinas. Hace falta pues una acción de Estado y de gobierno para salvar ese patrimonio histórico que amenaza con perderse.

Pero se requiere asimismo, en el aniversario del reconocimiento de la UNESCO, la formulación de iniciativas que castiguen severamente al vandalismo. No es ni libertad de expresión, ni mucho menos plasmar la creatividad. Es simple afán de destrucción. Ya basta de ficciones; de solapar actos de salvajismo que amenazan nuestra identidad y nuestra historia. (JPA)

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