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El comentario de hoy, jueves 16 de febrero, 2017

La semana pasada algunas organizaciones sociales marcharon por las calles de la ciudad. Antes fue Antorcha Campesina y seguramente esta semana lo harán otras. Una de ellas fue el Frente Amplio de Lucha Popular –el FALP-. El mismo día, otra organización, denominada Lubizha, bloqueó los accesos a conocida estación de servicio de gasolina. Entre ambas hubo una coincidencia: una entregó su pliego de peticiones para obtener recursos y la segunda, así sin mayores preámbulos, exigió la entrega de 50 millones de pesos.

Ambas organizaciones, como cientos más que existen en Oaxaca, tienen una cabeza, un dirigente, que representa algo así como el chivo de la campana; quien da la cara; quien se sienta a negociar con el gobierno y, en última instancia, quien se beneficia con las dádivas oficiales. Sujetos como éstos hay por cientos, tantos como organizaciones hay en el estado.

La pregunta que como ciudadanos nos hacemos es: ¿con cargo a qué solicitan millones de pesos? ¿Quién los designó representantes de las comunidades que afirman, necesitan proyectos productivos u obras de infraestructura? ¿Quién votó por ellos, que pretenden suplantar a los presidentes municipales u otras autoridades? En la entidad estamos plagados de falsos redentores sociales que golpean con la izquierda, pero se llevan los millones con la derecha.

Resulta extraño que sean los mismos funcionarios y hasta el propio ejecutivo estatal, quien convoque a dichos sujetos, en las llamadas mesas de diálogo. Un análisis del cómo viven o han vivido desde hace décadas, como es el caso de los dirigentes de la Coalición Obrero Campesino Estudiantil del Istmo –la COCEI- daría muchas sorpresas. Desde hace décadas se la han pasado medrando de los recursos públicos. Y ahí siguen en las mismas.

De 2011 a 2013, el gobierno anterior le otorgó a un amplio directorio de organizaciones, a fondo perdido, más de mil millones de pesos. Hoy les entregó cantidades millonarias a los dirigentes; mañana estaban en la calle exigiendo más. Las organizaciones sociales y sus dirigentes son una casta insaciable. Entre más les dan, más piden. Han encontrado el camino idóneo para el chantaje, la presión y ubicarse en un sitio de confort.

Por la mañana son luchadores sociales; por la tarde, comen en los restaurantes de moda. Cuando realizan sus manifestaciones, su gente viaja hacinada en viejos camiones de redilas; ellos viajan en avión y en primera clase. Vean a algunos, arropados por una supuesta lucha social y disfrazados de redentores indígenas, pero lucen prendas de moda. Son chantajistas profesionales. La congruencia; la ideología, que se vayan a la basura. ¿No es tiempo ya de ir desenmascarando a esos farsantes? Es una pregunta. (JPA)

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